jueves, abril 26, 2007

Pasado de papel

Cuando cumplió 75 años, El Tiempo incluyó en su sección de comics, de lunes a sábado, un par de notas llamadas "Hace 50 años" y "Hace 25 años". Como no es mi gremio, y difícilmente me adapto al oficio, la historia para mí es una obsesión, un interés, una afición, pero una profesión. Por eso puedo leer ciertos apartes de estas secciones sin apresurarme a juzgar su fidelidad histórica, y más bien recreando en mi cabeza lo que creo saber sobre los hechos e imaginarme siguiéndolos entonces a partir de la estrecha e interesada ventana de la prensa. Hace unos meses, por ejemplo, se interrumpió la secuencia de los cincuenta años por hallarse el vacío entre el cierre de El Tiempo por parte del gobierno y la aparición de su versión temporal, llamada Intermedio. Se acerca la noticia del movimiento del 10 de mayo de 1957, fin del gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla y los anticipos son más bien pocos (aunque una intimidante advertencia del SIC - antiguo nombre del DAS - contra quien difamara a algún miembro del gobierno, resulta sintomática de una crisis). En esos días persistía una dura tensión en el Canal de Suez, se escuchaban las más típicas amenazas de parte y parte en tiempos de la Guerra Fría y Rafael Puyana y Fernando Botero (nuestros Shakira y Juanes de la época), cosechaban memorables triunfos en el exterior.
En la de los 25 años, los últimos veces vi nuestra eliminación al mundial del 82 (cuando Francisco Maturana era jugador), el escándalo del Grupo Grancolombiano, el desembarco desastroso del M-19 en el Chocó, el trámite de la primera amnistía (la de Turbay, paradójicamente), la crisis de las Malvinas y la primera candidatura presidencial de Luis Carlos Galán. Hace unas semanas, incluso, la foto para la sección social de una celebración en la familia Araújo Castro (cuando Álvaro era más bien flacucho).
Ese contacto fútil con la historia, ya suficientemente distorsionada a diario por el estilo normal de la prensa, da - de todos modos - para pensar y conectar cosas que antes no eran del interés de uno. En medio de mi maniática visitadera a la Biblioteca Luis Ángel Arango, después del doloroso cierre para su ampliación y reestructruración por allá entre el 89 y el 90; me devoré ejemplares de periódicos de los setentas, por varios meses de acceso libre al usuario en estantería (hasta que el vandalismo mató el encanto), y me fui armando una línea de tiempo sobre lo que llamaban entonces la historia reciente (mis textos de historia del colegio llegaban a dos presidentes antes de mi nacimiento y todos los gobernantes se la pasaban inaugurando ferrocarriles y no existían crisis, ni golpes, ni escándalos; más o menos hasta ciertos títulos del 87 en adelante, producto de que cierta gente joven sacudió los currículos de la educación básica). Con el microfilm me daban mareos y suspendía cada rato, pálido y sudoroso (quién sabe qué sería).
Cuando la política en la Universidad tuvo parte de mi tiempo, hice archivo de comunicados, revistas, chapolas y demás. Salí de este igual que como vi morir los de otros que conocí (y porque me estorbaba en un armario). De ese material perdido no añoro mucho; pienso que el valor seguramente no esté tanto en la profundidad de las discusiones y las controversias (muchas de ellas triviales desde una escala de tiempo más amplia), como de cierto testimonio de esa singularidad etnográfica que dio en existir. Falta quien formalice (para que no parezca vulgar chisme) esa historia informal que ciertos seres antipáticos insistimos en develar. Como la de aquella disidencia que no fue, como lo decía el manifiesto, resultado de esas insalvables contradicciones ideológicas, sino una rivalidad por una Venus cuyos favores ya no iluminan a ninguno de los dos líderes, sino a un gris comerciante que nunca leyó a Althusser.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ah Victor...
Esos manuales de historia, los peores del mundo, con las caras de los presidentes y sus magnificas obras comprimidas en 7 lineas. Y yo que creia que nadie mas se acordaba de eso! Y mucho menos, que uno fuera a poder compartir alguna de las muchas maneras de vengarlo.


o-lu