Ayer El Tiempo publicó un pequeño dossier a propósito de la primera andanada de confesiones de paramilitares desmovilizados que se acogen a la ley de Justicia y Paz. Fosas, desapariciones, entrenamientos explícitos para descuartizar personas; golpean la conciencia aun de quienes sabíamos de este tipo de felonías y no despreciábamos su existencia amparados en la cómplice fórmula de llamarlas exageraciones o propaganda para subversiva. En los enfrentamientos entre cuerpos armados preparados la muerte se demora, esa es la tendencia. En todo esto se han perdido más vidas en situaciones de gente sin armas sometida y maniatada ante matones en clara ventaja. Los incendios de casas y cosechas, los fusilamientos sumarios, las "vueltas" sicariales, la desaparición de detenidos, los atentados con explosivos en zonas de circulación no exclusiva de militares armados, la ejecución de secuestrados y la ocultación de sus cadáveres, la profanación de las tumbas, las violaciones y torturas, el descuartizamiento de cadáveres, ... Todas estas son acciones de impacto táctico y estratégico que arriesgan poco a los "combatientes" y proyectan efectos calculados inmediatos, aunque alientan la degradación moral de los enfrentados.
Las armas son temidas cuando matan y para eso se hicieron. Quien ejerce influencia política con el gatillo tiene que destacar este hecho a sus dominados. Lo han hecho las guerrillas, lo han hecho los paramilitares. La mayoría de los homicidas más publicitados de nuestra guerra eterna puede contar historias acerca de brutalidades cometidas contra su familia o algún otro allegado e interponerla como licencia moral para todas sus muestras de vesania. Una parte de mis ancestros vivió en Santander la persecución violenta tras el cambio de Hegemonía Conservadora a República Liberal, otra vivió la enajenación - también violenta - de sus tierras en el Huila en medio de la expansión del latifundio de cierto copartidario y su familia (víctima también de atroces episodios). En ambos casos hubo rencor crónico hacia los agresores, placidez ante la noticia de sus desgracias. El parpadeo santurrón de quien cuenta que nunca buscó a la ilegalidad para responder a los ataques contra su familia, pero confiesa orgulloso haber recurrido a los puños para sanjar asuntos de honor y de política, puede conmover a más de una mamá, pero no creo que a la de él.
Pero el oficio de la venganza no llega a tal sin ciertas ayudas, sin las redes sociales y económicas para escalar su influencia. Pedro A. Marín, Tirofijo, quien sigue echando en cara unas gallinas y unos marranos como el origen de su gesta, controla hoy una empresa con gran influencia territorial y proyección internacional. El trabajo socialmente necesario para edificar semejante Leviatán va más allá de la bioquímica de la bilis, muchísimo más allá. Cuando guerrillos y narcos comenzaron a compartir escenarios en las ancestrales rúas y trochas del contrabando, en los escondederos de atrás de nuestra geografía, rápidamente la aparición de cantidades más fuertes de dinero actualizó las tecnologías bélicas disponibles. Hace tiempo se acabó la chequera de mi ingenuidad para comprar historias acerca del paso del modo chévere e idealista al modo ladino y pragmático. Tampoco compro que la heroica y espontánea autodefensa de productores agrarios, desprotegidos por el indiferente Estado haya ganado solita semejante nivel de organización y de expansión. Ese territorio común, ese comensalismo cheverón, apuntaba a conflicto y rivalidad; lo de la hermana de los Ochoa es anecdótico.
Salvo una que otra criatura urbana sobreideologizada (como los TFP) imponiendo su propaganda anticomunista, la época paramilitar de los ochentas fue el desarrollo en la práctica de formas mafiosas de guerra contra un enemigo común (las guerrillas y los grupos políticos no alineados con el proyecto) y contra los mismos rivales internos, como pasó entre los esmeralderos. La incubadora estatal fue determinante (de allí lo ridículo de la sempiterna excusa de opinadores como Saúl Hernández Bolívar, Jorge Visbal Martelo y otros "abandonados" por el Estado), como lo anotó Carlos Castaño Gil en la entrevista que le dio a Germán Castro Caycedo en 1996 y publicada en el libro En Secreto; como lo confió cínicamente Ramón Isaza hace no mucho, como se registra en las declaraciones de Alias el Negro Vladimir, principal delator de las andanzas de los paramilitares en aquella época. Tanto es así que la primera crisis dura de estas organizaciones viene con la declaración de ilegalidad en el gobierno de Virgilio Barco, la cual trajo divisiones entre puros y torcidos, rencillas internas a plomo, traiciones y hasta la primera "desmovilización", en medio del ocaso del reinado de Pablo Escobar.
Unos meses antes de que los paramilitares de Urabá, Magdalena Medio y los no tan famosos entonces de las zonas cocaleras del Guaviare concretaran el acuerdo de formación de una organización político-militar con pretensiones de autonomía en cuanto a proyecto político frente al Estado y con una estrategia común de triunfo militar y legitimación social; algún comandante de la zona de Urabá confiaba a un profesor universitario que las masacres se justificaban porque las autodefensas no podían, como la guerrilla, tomarse años para acercarse a una localidad, instalarse con paciencia y ganar el apoyo de la población por los laditos. Si se trataba de quebrar la convivencia entre población civil y guerrillas, asentada con los años, no había otra que usar el terror. Alguien del mismo color de brazalete lo llamaba algo así como talar (o arrasar) y sembrar. En lugar de esperar décadas y forzar el advenimiento del "hombre nuevo", la orgía del desplazamiento a la fuerza se escaló y la recién nacida prensa (la que no sabe de historia ni de geografía), supo por primera vez de cortes sobre humanos vivos, evisceraciones y abandono en masa de asentamientos rurales.
Esta escalada, menospreciada por la tradicional prepotencia de los jeques de la revolución, vino acompañada de un respaldo de intelectuales y otros agentes para edificar una nueva película. No era ya el cuento de la "Restauración Nacional" del fallido movimiento Morena; la consolidación de Carlos Castaño Gil como vocero carismático de la "Coordinadora" de los paracos, dicharachero y vehemente, traía frases acerca de lo profundamente ofendidos que se sentían al ser llamados paramilitares y metidos en la categoría de los escuadrones de la muerte de Centroamérica, África y otras plazas; alguna vez incluso explicaba por qué no podían considerarse siquiera de extrema derecha ni anticomunistas; y desfilaban junto a él viejos agentes de movimientos de izquierdas, encargados ahora de la presentación política y social de su aparato (un ex tropelero "anarquista", egresado de Filosofía en la Nacional de Bogotá redactó buena parte de una justificación fundacional del movimiento de Autodefensa, harto similar a la versión estándar de las guerrillas acerca de lo que pasó de los cincuentas para acá, pero con un ligero matiz anticomunista por la necesidad obvia de diferenciar). También profesionales de diversas áreas acometían proyectos de reorganización de la producción en las regiones de dominio consolidado (eso sí, sin pelear con el narcocultivo ni otras formas ilegales, más bien entrando a operar allí).
El lenguaraz jefe militar antioqueño, con sus ojos desorbitándose en medio de sus sanguinarias sentencias en primera persona del singular ("no [pausa] voy [pausa] a [pausa] permitir que Colombia se balcanice"), quien encantaba periodistas invitándolos a los santuarios arrebatados a su enemigo; llegó a ser el atractor principal del odio mortal y la lisonja. Cuando Piedad Córdoba incluyó inteligente entre los adjetivos escogidos para referirse a su secuestrador, una señora de bien escribió a El Tiempo que ese debía ser el nuevo presidente de Colombia porque aun sus detractores coincidían en que era muy inteligente. Unas semanas antes de la lambona entrevista de Darío Arizmendi (la que Uribe evocó en la rueda de prensa) una tonta (realmente las putas lo hacen por poner el plato de sopa diario en su mesa, no merecen ser degradadas al equipararlas con alguien así) de TV Hoy fue a celebrarle sus chistes, supuestamente en algún lugar del Catatumbo y con el prócer dando la espalda a la cámara. Allí, el portador de toda credibilidad ante una prensa que nunca le replicaba nada, prometió que si demostraban que uno de sus hombres había usado una motosierra contra un ser humano, él iba a entregarse. Lo repitió burlonamente a propósito de la matanza del Naya, sugiriendo que esa herramienta era muy incómoda de cargar (como si no hubiera de las pequeñas y como si una ametralladora PKM o RPK cupiera en el estuche de un IPod).
El triunfo de la estrategia terrorista contrainsurgente, la que permitió a Andrés Pastrana ufanarse de haber ido al plan del Sur de Bolívar con el Embajador de Estados Unidos, la que convirtió a la región de las escuelitas "Mao Tse Tung" en territorio mítico anticomunista, la que salvó a tantos de ser imitados o ridiculizados por Heriberto de la Calle; fue un capítulo de honda impronta en la historia de nuestra barbarie y nuestra desvergüenza. Las ancestrales y cotidianas brutalidades de la revolución marulocrática no quedan ni olvidadas ni justificadas (ellos también alegan el abandono del Estado y la aniquilación de la UP como excusas para seguir desarrollando su programa). La busqueda del par de cientos de muertos de Braulio Herrera, vieja obsesión arqueológica de los batallones de contraguerrilla (hasta cementerios Guanes han sido asociados al caso), los centenares de secuestrados con sus cadáveres embolatados, la suerte del cuerpo de los propios combatientes caídos y disimulados como táctica psicológica, no han requerido de procesos de indulto para ser obsesión de funcionarios judiciales ni materia de denuncia. Pero hoy estamos en que el país le de la cara a las hazañas de los portadores de los brazaletes autorizados en medio de las "carreteras blindadas" de vive Colombia, viaja por ella. No hay por qué dejar de enrostrárselo a quienes lo han negado o justificado, es tiempo.
Las armas son temidas cuando matan y para eso se hicieron. Quien ejerce influencia política con el gatillo tiene que destacar este hecho a sus dominados. Lo han hecho las guerrillas, lo han hecho los paramilitares. La mayoría de los homicidas más publicitados de nuestra guerra eterna puede contar historias acerca de brutalidades cometidas contra su familia o algún otro allegado e interponerla como licencia moral para todas sus muestras de vesania. Una parte de mis ancestros vivió en Santander la persecución violenta tras el cambio de Hegemonía Conservadora a República Liberal, otra vivió la enajenación - también violenta - de sus tierras en el Huila en medio de la expansión del latifundio de cierto copartidario y su familia (víctima también de atroces episodios). En ambos casos hubo rencor crónico hacia los agresores, placidez ante la noticia de sus desgracias. El parpadeo santurrón de quien cuenta que nunca buscó a la ilegalidad para responder a los ataques contra su familia, pero confiesa orgulloso haber recurrido a los puños para sanjar asuntos de honor y de política, puede conmover a más de una mamá, pero no creo que a la de él.
Pero el oficio de la venganza no llega a tal sin ciertas ayudas, sin las redes sociales y económicas para escalar su influencia. Pedro A. Marín, Tirofijo, quien sigue echando en cara unas gallinas y unos marranos como el origen de su gesta, controla hoy una empresa con gran influencia territorial y proyección internacional. El trabajo socialmente necesario para edificar semejante Leviatán va más allá de la bioquímica de la bilis, muchísimo más allá. Cuando guerrillos y narcos comenzaron a compartir escenarios en las ancestrales rúas y trochas del contrabando, en los escondederos de atrás de nuestra geografía, rápidamente la aparición de cantidades más fuertes de dinero actualizó las tecnologías bélicas disponibles. Hace tiempo se acabó la chequera de mi ingenuidad para comprar historias acerca del paso del modo chévere e idealista al modo ladino y pragmático. Tampoco compro que la heroica y espontánea autodefensa de productores agrarios, desprotegidos por el indiferente Estado haya ganado solita semejante nivel de organización y de expansión. Ese territorio común, ese comensalismo cheverón, apuntaba a conflicto y rivalidad; lo de la hermana de los Ochoa es anecdótico.
Salvo una que otra criatura urbana sobreideologizada (como los TFP) imponiendo su propaganda anticomunista, la época paramilitar de los ochentas fue el desarrollo en la práctica de formas mafiosas de guerra contra un enemigo común (las guerrillas y los grupos políticos no alineados con el proyecto) y contra los mismos rivales internos, como pasó entre los esmeralderos. La incubadora estatal fue determinante (de allí lo ridículo de la sempiterna excusa de opinadores como Saúl Hernández Bolívar, Jorge Visbal Martelo y otros "abandonados" por el Estado), como lo anotó Carlos Castaño Gil en la entrevista que le dio a Germán Castro Caycedo en 1996 y publicada en el libro En Secreto; como lo confió cínicamente Ramón Isaza hace no mucho, como se registra en las declaraciones de Alias el Negro Vladimir, principal delator de las andanzas de los paramilitares en aquella época. Tanto es así que la primera crisis dura de estas organizaciones viene con la declaración de ilegalidad en el gobierno de Virgilio Barco, la cual trajo divisiones entre puros y torcidos, rencillas internas a plomo, traiciones y hasta la primera "desmovilización", en medio del ocaso del reinado de Pablo Escobar.
Unos meses antes de que los paramilitares de Urabá, Magdalena Medio y los no tan famosos entonces de las zonas cocaleras del Guaviare concretaran el acuerdo de formación de una organización político-militar con pretensiones de autonomía en cuanto a proyecto político frente al Estado y con una estrategia común de triunfo militar y legitimación social; algún comandante de la zona de Urabá confiaba a un profesor universitario que las masacres se justificaban porque las autodefensas no podían, como la guerrilla, tomarse años para acercarse a una localidad, instalarse con paciencia y ganar el apoyo de la población por los laditos. Si se trataba de quebrar la convivencia entre población civil y guerrillas, asentada con los años, no había otra que usar el terror. Alguien del mismo color de brazalete lo llamaba algo así como talar (o arrasar) y sembrar. En lugar de esperar décadas y forzar el advenimiento del "hombre nuevo", la orgía del desplazamiento a la fuerza se escaló y la recién nacida prensa (la que no sabe de historia ni de geografía), supo por primera vez de cortes sobre humanos vivos, evisceraciones y abandono en masa de asentamientos rurales.
Esta escalada, menospreciada por la tradicional prepotencia de los jeques de la revolución, vino acompañada de un respaldo de intelectuales y otros agentes para edificar una nueva película. No era ya el cuento de la "Restauración Nacional" del fallido movimiento Morena; la consolidación de Carlos Castaño Gil como vocero carismático de la "Coordinadora" de los paracos, dicharachero y vehemente, traía frases acerca de lo profundamente ofendidos que se sentían al ser llamados paramilitares y metidos en la categoría de los escuadrones de la muerte de Centroamérica, África y otras plazas; alguna vez incluso explicaba por qué no podían considerarse siquiera de extrema derecha ni anticomunistas; y desfilaban junto a él viejos agentes de movimientos de izquierdas, encargados ahora de la presentación política y social de su aparato (un ex tropelero "anarquista", egresado de Filosofía en la Nacional de Bogotá redactó buena parte de una justificación fundacional del movimiento de Autodefensa, harto similar a la versión estándar de las guerrillas acerca de lo que pasó de los cincuentas para acá, pero con un ligero matiz anticomunista por la necesidad obvia de diferenciar). También profesionales de diversas áreas acometían proyectos de reorganización de la producción en las regiones de dominio consolidado (eso sí, sin pelear con el narcocultivo ni otras formas ilegales, más bien entrando a operar allí).
El lenguaraz jefe militar antioqueño, con sus ojos desorbitándose en medio de sus sanguinarias sentencias en primera persona del singular ("no [pausa] voy [pausa] a [pausa] permitir que Colombia se balcanice"), quien encantaba periodistas invitándolos a los santuarios arrebatados a su enemigo; llegó a ser el atractor principal del odio mortal y la lisonja. Cuando Piedad Córdoba incluyó inteligente entre los adjetivos escogidos para referirse a su secuestrador, una señora de bien escribió a El Tiempo que ese debía ser el nuevo presidente de Colombia porque aun sus detractores coincidían en que era muy inteligente. Unas semanas antes de la lambona entrevista de Darío Arizmendi (la que Uribe evocó en la rueda de prensa) una tonta (realmente las putas lo hacen por poner el plato de sopa diario en su mesa, no merecen ser degradadas al equipararlas con alguien así) de TV Hoy fue a celebrarle sus chistes, supuestamente en algún lugar del Catatumbo y con el prócer dando la espalda a la cámara. Allí, el portador de toda credibilidad ante una prensa que nunca le replicaba nada, prometió que si demostraban que uno de sus hombres había usado una motosierra contra un ser humano, él iba a entregarse. Lo repitió burlonamente a propósito de la matanza del Naya, sugiriendo que esa herramienta era muy incómoda de cargar (como si no hubiera de las pequeñas y como si una ametralladora PKM o RPK cupiera en el estuche de un IPod).
El triunfo de la estrategia terrorista contrainsurgente, la que permitió a Andrés Pastrana ufanarse de haber ido al plan del Sur de Bolívar con el Embajador de Estados Unidos, la que convirtió a la región de las escuelitas "Mao Tse Tung" en territorio mítico anticomunista, la que salvó a tantos de ser imitados o ridiculizados por Heriberto de la Calle; fue un capítulo de honda impronta en la historia de nuestra barbarie y nuestra desvergüenza. Las ancestrales y cotidianas brutalidades de la revolución marulocrática no quedan ni olvidadas ni justificadas (ellos también alegan el abandono del Estado y la aniquilación de la UP como excusas para seguir desarrollando su programa). La busqueda del par de cientos de muertos de Braulio Herrera, vieja obsesión arqueológica de los batallones de contraguerrilla (hasta cementerios Guanes han sido asociados al caso), los centenares de secuestrados con sus cadáveres embolatados, la suerte del cuerpo de los propios combatientes caídos y disimulados como táctica psicológica, no han requerido de procesos de indulto para ser obsesión de funcionarios judiciales ni materia de denuncia. Pero hoy estamos en que el país le de la cara a las hazañas de los portadores de los brazaletes autorizados en medio de las "carreteras blindadas" de vive Colombia, viaja por ella. No hay por qué dejar de enrostrárselo a quienes lo han negado o justificado, es tiempo.
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