miércoles, diciembre 30, 2009

veinte años

Hace veinte años estaba por irse un año fatuo, para mi balance medio maldito, trasunto de la mustia década que clausuraba. Lo recuerdo soleado, de amaneceres gélidos, un solo gran fastidio aderezado por unas cuantas jaquecas.
1989 fue el año del bicentenario del asalto a la Bastilla y en mi clase de francés en el colegio nos tuvieron todo el año con una cartilla futurista que predecía para tiempos ya vividos y muertos la prevalencia de hogares domotizados y materiales edénicos, como aquel que haría del bizcocho del inodoro una entidad "tibia y blanda" (sic). Fue el año de 'amar' y vivir,' cuando nadie se hubiera imaginado que 'el soldadito' (Luís Eduardo Motoa) reencarnaría como el inmortal estomatólogo distribuidor de yogures orgánicos. Las series policíacas gringas que uno seguía en esa época las grababan en Canadá y siempre había en una cartelera un perro con gabardina, fusilado sin recato por los publicistas de las campañas de seguridad del alcalde del 'diciendo y haciendo', cuya iniciativa estrella fue poner a los policías a grabarles el número de la cédula a los electrodomésticos.
El año de la caída del muro y el comienzo del fin de la guerra fría fue especialmente grotesco en nuestro tibio conflicto. Ese año comenzó con la masacre de la Rochela, hecho que precipitó la declaración de ilegalidad de las mismas autodefensas condecoradas en público por Belisario Betancur. Las FARC condenaron a muerte a Braulio Herrera, quien alcanzó a salir pitado. El epílogo de la guerra verde era el homicidio de Gilberto Molina en medio de una masacre. José Antequera fue acribillado en el aeropuerto en lo que quedó para la historia como el atentado a Ernesto Samper. Un comando urbano universitario del EPL tuvo la brillante idea de asaltar un municipio de la sabana de Bogotá, siendo rápidamente copado por la policía, quedando la curiosa estampa de los últimos guerrilleros evacuados por helicóptero de una loma con una soga que les rodeaba el cuello (y con las manos atadas); la plata robada a la Caja Agraria no apareció. Max Morales anunció en Puerto Boyacá su MORENA y este sordo país desoyó su propuesta (porque la metralleta es tartamuda, decían). Manuel Jaime Guerrero Paz exhibió una noche en televisión un arsenal considerado entonces exótico y no le quedaba duda de que era de las FARC, pese a que ya entonces el bloque de autodefensores y extraditables mostraba una organización bélica más uniformada y regular. Bomba a El Espectador, al avión de Avianca, a la ruta de Maza Márquez en la séptima, al DAS, Valdemar Franklin Quintero, Luís Carlos Galán, Jorge Enrique Pulido, Álvaro Ortega,... Y el ELN fue quebrando al Obispo de Arauca como esperando aplauso por ello.
Y sí, las noticias positivas, la copa libertadores para que luego Higuita cuadrara una barrera en Tokio sin alinearse con el palo (porque pa fanfarrones nosotros) y la orgásmica clasificación con repechaje, cuando el Palomo Usuriaga (QEPD) bien podría haber sido 'el presidente que Colombia necesita'. Pero no, qué mal año, su banda sonora es lamentable. Pablito Ruiz con su chica ideal, el dance y sus jadeos preshakirianos, Prince eructando el tema de Batman, Milli Vanilli, Technotronic, La Negra Tomasa de los despeinados, "a mover la colita", además de la ristra de petardos que la emisora de Jorge Barón en AM (especializada en 'rock en tu idioma') propició mercadear en nuestro medio. Pa pior, fue el comienzo de una nueva oleada de estrellas del acné y los dientes grandotes: Debbie Gibson y Eunuquis on the block (se alistaba Magneto).
Se murió el crítico literario más delicado de la historia y las fuerzas ultramarinas de Estados Unidos, tras su fogueo con Granada, volvieron mierda media Ciudad de Panamá para agarrar a un pelele que los retaba desde una tarima con un machete, en tanto Ceaucescu perdió el año.
Y lo que venía después...