El bosque tropical, ese fascinante tesoro de nuestro tiempo, la casa agitada de la megadiversidad, tuvo su equivalente en el pasado de la historia de la vida. Aunque no habitado por las interesantes angiospermas (las cuales todavía no asomaban) del neotropical de El Cerrejón, ha sido develado el más veterano de cuantos se han dejado ver para los ojos interesados de nuetra especie. Mientras tanto, la urgencia de destruir el que tenemos para ver a colores, para olerlo vivo y escucharlo zumbar junto a nuestras orejas o ululando entre las copas, para temerlo acechando con sus artimañas, para sentir su dictamen sobre el ritmo para visitarlo, con sus hojas atravesadas, su lodo entorpeciendo nuestros pasos...
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