Esta semana operó el primer nuevo portal de la llamada Fase II del sistema integrado de transporte masivo, 'Transmilenio'. La operación de grandes tramos en obra gris y obra negra ha dado qué hablar a periodistas y opinadores. Hubo retrasos enormes en la ejecución y fuertes deficiencias en el diseño, como se nota en el espaciamiento de las estaciones y la forma infortunada de resolver algunos cruces.
Transmilenio es la política pública en Bogotá. Es el símbolo de la ilusión modernizadora y se supone que tiene que dar votos. Así como media Bogotá consciente odiará por siempre a Andrés Pastrana por la 'Troncal de la Caracas' y el puente de la 92; todo mundo quiere ser bañado por la gloria de haber contribuido a mejorar la vida de los bogotanos (cuando siento que vivir en esta ciudad cansa, hago largas colas, espero con paciencia y me embuto en los buses rojos, a ver si con eso mejoro mi calidad de vida). Todo comenzó con una acción decidida: un alcalde genial tomó el dinero de la Avenida Longitudinal de Occidente y lo metió en hacer los primeros tramos, además de casar el presupuesto de muchas vigencias futuras con el desarrollo de las fases posteriores y difuminando su recién creado refuerzo grande a la presencia policial en el centro (¡había vuelto segura la Plaza de los Mártires!), para la seguridad de las estaciones y el recorrido. Su sucesor adelantó los prolegómenos de la segunda fase y salió con la ocurrencia de pasar los pesados articulados por el gran albañal-monumento de la Jiménez (la misma avenida que una concejala indígena pretendió rebautizar, de acuerdo con su sesudo y estratégico plan de mejoramiento de la ciudad). También enfrentó el primer asalto con los transportadores insurrectos, proponiendo a estos que negociaría si previamente le rendían una especie de homenaje posmoderno. Un reputado mono medió entonces a través un fallo.
La campaña para la siguiente alcaldía estuvo asediada por el fantasma del supuesto descarrilamiento que el alcalde de las cejas saltarinas impondría al plan estratégico de redención de la ciudad. En un arrebato de gorilismo político, que yo no veía desde los setentas, se llegó a dispersar volantes desde helicópteros buscando impedir el inevitable triunfo por la vía de la difamación. Tanta antipatía fue ejemplarmente castigada en las urnas, pero vino lo maluco. La línea luchista del llamado Polo, coalición que ganó la alcaldía, tenía claro que era necesario afirmar cosas buenas acerca del Transmilenio, pero algunos de los concejales - con compromisos previos con empresarios de transporte - dieron espectáculos que sacaron a la luz la fragilidad de la amalgama izquierdoide.
Por otro lado, el estilo de la actual administración parece no saber lo que es poner una multa por retrasos a los contratistas; los grandes ganadores del proyecto, pues reciben el dinero por las obras hechas al principio, mientras los demás jugadores cargan con el riesgo de un eventual colapso por inviabilidad económica. A esto se le suma que las losas de la Caracas comenzaron su tendencia exponencial creciente (de la forma f(t)=A*exp(B*t), con B>0 ^ A>0; nota para Parodys) de resquebrajamiento, justo a tiempo para dar bautizo de escándalo al inexperto alcalde; desplazando largas sumas del presupuesto distrital a reponer aquello por lo cual ningún contratista quiso responder (sin contar con los ladrillos de Salmona, puestos en un corredor que le dijeron que iba a ser peatonal, para luego salirle con chistes). Luego vino la ejecución accidentada de los contratos de la Fase II y la batalla política por la planificación de la III; en la cual se fincan muchas expectativas de inversionistas que apostaron por la versión peñalosista del POT.
Personalmente, creo que Transmilenio es una buena ira de Dios contra algunos viejos acaparadores del transporte público de Bogotá y un inmerecido monopolio para otros de los mismos. Soy un usuario consciente de ese servicio (uso los expresos solo para recorridos largos, no me quedo atascando la puerta si puedo pasar al pasillo, no robo, cedo el puesto a quienes tienen prioridad y conmino a otros para que actúen así). Mi inconformidad con las verdaderas aspiraciones de los duros y sus movidas no me quita lo ciudadano. Pienso, eso sí, que hay que abandonar los términos transmilenaristas del debate sobre el futuro de Bogotá.
1 comentario:
Muy buenas opiniones: pensadas, ilustradas y que nos dejan que pensar. saludos desde Bogotá [+] que DC
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