El político Fernando Cepeda Ulloa comentó en televisión hace unos meses que era equivocada la táctica de los rivales de Uribe de atacarlo, en lugar de buscar ascender en las encuestas por destacar lo méritos propios o algo así. No debe ser fácil la posición de quienes buscan una audiencia y una recepción de sus propuestas en medio de un ambiente tan singular. Pienso que Cepeda tiene razón , en el sentido de que esos dardos refuerzan la imagen de impotencia de quienes quieren arañar la soberbia de un proyecto que atraviesa su apogeo, al menos en materia de euforia y éxito político.
Es difícil también convivir con la bravuconada de los seguidores del mesías, pues refleja de manera odiosa ese oxímoron de quienes reivindican a su redentor como el portador del arribo final del respeto a la ley en este muladar lleno de parias, mientras violan alegremente muchos preceptos legales relacionados con el respeto al buen nombre de las personas y otros por el estilo. Un ministro (además profesor de derecho de una prestigiosa universidad) que reivindica legalmente derechos de empleado derivados de un contrato de servicios, maquillaje de noticias de orden público con fines propagandistas, difamación de un candidato de oposición y utilización de material moralmente cuestionable en una página de campaña política... son algunos casos de 'pecadillos' admisibles.
Cuando se identificó al candidato Uribe, más de cuatro años atrás, con una especie de tendencia de extrema derecha, yo ya no me colgaba tan fácil a ese tipo de buses ideológicos. Carlos Gaviria, por quien no voy a votar y con quien no me identifico políticamente, comentó en una entrevista que era recomendable releer El Miedo a la Libertad, de Erich Fromm. Uno frunce el escepticismo cuando escucha hipótesis que asocian determinadas corrientes políticas colombianas con situaciones tan caracterizadas como fue el gobierno del nazismo en la Alemania de los treintas y cuarentas. De hecho, nuestro más conspicuo admirador del fascismo, era tan consecuente en su mentalidad autoritaria que también tenía buenos pensamientos para Stalin. Pero fui a mi biblioteca y repasé el texto que me regaló una 'amiga secreta' un 17 de septiembre. Me impactó que Fromm enfatiza en que el tema no eran las locuras del dictador ni sus movidas políticas, sino el suelo fértil que encontró su liderazgo en una forma extendida de ver las cosas por parte de la sociedad. Es claro que aquí no hay camisas pardas, ni noche de los cuchillos largos ni soluciones finales. Nada de lo terrible que pasa a diario se sale de la escala de nuestra perniciosa tragedia de todo el tiempo precedente. Pero sí hacen carrera la ceguera y la sordera de los iluminados que sienten que la mayoría los legitima.
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