El otro día leí en El Malpensante una nota sobre la muerte de la salsa, ratificada por el actual furor que este ritmo genera en París. Terminaba el boricua hablando sobre cómo el reggaetón era el responsable actual de transmitir el ambiente de la calle y las pandillas, de hablar en lenguaje de barrio sobre el sexo y las armas y el malevaje.
Hay quien dice que el desprecio que uno tiene contra esa forma tan acerba de expresión es el mismo que otros tradicionalistas en su momento usaron contra los temas de Héctor Lavoe, o la gran tradición del tango (pienso ahora en aquellos que fueron bolerizados por Rolando Laserie). Bueno y sí, pero no. Aunque hay un aire común en las novelas de Dickens, las historias de gangsters o las del Oeste, tangos, blues, la descomunal Gangs of New York y otras creaciones; aun en esa sublimación de la anomia hay algo de - para no decir moralidad - estilo, de mística.
Además de todo, trabajo. Detrás de lograr ciertas armonías, de impresionar con potentes voces, hubo un esmero y una exigencia diferentes a los rítmicos resuellos de la corista de 'La Quemona'.
No soy padre de familia ni ando en campañas por la moralidad, ni por la defensa de la virtud de las niñas (como si la de los niños fuera menos importante); pero es evidente que el éxito avasallador de estas letras y temas en gente menor de diez años habla muy mal de la condición y las perspectivas de ese sector, reencarna cavernarias posturas acerca de las relaciones de género y promueve admiración por un estilo de vida y unos valores retardatarios vestidos de modernidad.
El reggaetón pasará, esa es la buena noticia, la mala es que será reemplazado por algo peor.
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