miércoles, abril 12, 2006

"Política"

Contrario al fatalista tono que sugieren el nombre y las expectativas de este espacio, no puedo afirmar que la política decae; más bien desarrolla su perversidad. Por ejemplo, la pasividad general con la cual se encuentra el cuestionamiento actual al presidente candidato Álvaro Uribe, evoca formas complacientes y tradicionales que uno quisiera que la gente superara (ella solita, no estamos para buscarnos crucifixiones, tampoco). La moraleja preliminar es que, para la inmensa masa seguidora del mesías antioqueño, no hay mancha tan horrible que pueda quebrantar su fe. Me recuerda uno de los dichos de un profesor santandereano que tuve en el colegio: "a mí qué niño muerto ni que monja embarazada ni qué cura revolucionario". Me incomoda aceptarlo, pero es mejor no llamarse a engaños: existe una gran proporción de colombianos, habilitada para votar, que no encuentra cuestionable o deshonrosa la idea de que el actual gobierno haya favorecido la instalación en la legalidad y la legitimación de una parte de la mafia de simpatías antisubversivas.
La actual situación pone también de presente la languidez del partido liberal y su candidato, ya que - por fuera del eco que han dado los medios al asunto - su denuncia parece la de un loquito a quien nadie le pone atención. Ese acorralamiento es notorio también en los otros candidatos. Tal vez la gran diferencia es que esta vez el redentor, que nunca contesta y se reserva el derecho de no debatir (pues confía en su carisma y en su sino glorioso), sacó la labia agresiva contra sus detractores, con un estilo deplorable que - de todos modos - es explotable en la empresa de mantener el entusiasmo de su grey.
Por supuesto, tanta idolatría termina por convertirse en resaca, ojalá que pronto y al mínimo costo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

buena la critica.