Lo conocí por "Boogie el Aceitoso", en las "Aventuras" de El Tiempo y por sus caricaturas de política en una cosa llamada "Diario 5 p.m.". Siempre me intrigó cómo caricaturistas contestatarios, como tan tirados a la izquierda como él o su amigo Quino o como el venezolano Pedro León Zapata, aparecían en diarios de derechas con tanto éxito. En una Feria del Libro de Bogotá, a fines de los 80, le pedí el único autógrafo que he pedido a alguien en mi vida. Irritado por andar en ese plan, nada cálido pero amable, me dibujó un perrito y firmo la dedicatoria; ya cansado de dibujar Boogies o de corregir a quienes le pedían algo bien gaucho (como sinónimo de argentino): "criosho".
Nunca olvidaré cuando Jairo, una especie de clon de Pablo Escobar, quiso contratar a Boogie. Terminó por insistirle que ellos preferían una tumba en Colombia a una cárcel en los Estados Unidos. Booggie respondió que él prefería una cerveza helada en Nueva York a una tumba en Colombia. Dos años después de ese furtivo encuentro bibliófilo, el Negro Fontanarrosa iba a mi Universidad como ponente en un curioso evento de los tiempos del "fin de la historia": el "Seminario Internacional Socialismo: Realidad, Vigencia, Utopía".
Policía:¿Por qué está ahí?
Suicida: Mi novia me dejó.
Policía: Igual, lo pudo haber dejado en otra parte.
Sin duda, el principal atractivo de las caricaturas de Fontanarrosa era el humor negro, el tono acerbo que les puso a tantos temas sensibles y pesados. Dentro de lo poquito que llegaba por estas tierras, había cierto chance de conocer su trabajo, un poco más que el de Caloi o de Zapata, cultores de ese mismo oscuro arte mayor.
"Si necesitaban alguien que pensara, hubieran contratado a Marcuse" Boogie
Acceder a comprar sus libros fue bien difícil. Los poquitos a los que tengo acceso fácil, surgieron de ferias del libro del Santander o promociones marginales. Muchas cosas las leí a cuentagotas en la Luis Ángel o en subrepticias hojeadas en la Librería Nacional, cuando no estaban encondonados en celofán y mientras no me ponía en evidencia mi carcajada por la afirmación de que Homero cantaba en Braille o algo por el estilo. Así, por los laditos, accedí también a algunos de sus cuentos, comentados por uno de sus amigos en una contraportada con la paráfrasis de una vieja caricatura suya:
- Este jugador me recuerda a Paolo Rossi.
- ¿Juega como Paolo Rossi?
- No, cada vez que lo veo me digo si lo tuvieramos a Paolo Rossi y no a este tronco.
Su forma de tratar el fútbol como tema humorístico contagia la solemnidad de quien se toma en serio ese asunto. Poco antes de un partido de eliminatoria en Barranquilla, escribió una columna para El tiempo, en la que explicaba que el verdadero hincha va a todos los partidos y que por eso el no consideraba al Che Guevara hincha de Rosario; que de haberlo sido no se hubiera ido a Cuba.
Ayer, 19 de julio de 2007, se fue. Simplificó a sus editores la tarea de compilar sus obras completas, dándoles un corte. Roberto Fontanarrosa fue un protagonista central de la conformación del mundo que aprendí a ver entre viñetas, cuentos y conversaciones pesadas. Loor a su legado.
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