Hay una vieja manía relacionada con buscar la solución a todos los males escribiendo leyes, acuerdos, decretos y similares. Algunos lo ponen como algo endémico o muy latinoamericano, no es tan exclusivo, según sé. El alma leguleya emprende batallas cuyo derrotero es plasmar en un papel una máxima, un imperativo. Los congresos académicos, especialmente los relacionados con las ciencias sociales, expiden manifiestos; los acostumbrados a las representaciones en cuerpo colegiados cargan con muletillas como: "que quede en el acta" (o que no, también); localidades urbanas y rurales viven epopeyas reivindicativas con bloqueos de vías, manifestaciones y otras expresiones, cuyo término es la firma del acta de compromiso y el balance de conformidades e insatisfacciones con lo obtenido.
Quince años atrás, para estas fechas, se vivía una orgía de propaganda institucional de respaldo al proceso de redacción de una nueva constitución para Colombia. Con una imagen de pluralidad (guerrilleros recién indultados, líderes indígenas, viejas personalidades de los partidos, técnicos de fútbol, artistas y otras especies) se escucharon en las sesiones toda suerte de posturas y propuestas de textos mágicos que resolverían los grandes problemas del país. El tema de las bondades y los desaciertos derivados del documento y sus modificaciones es extenso y escapa a mi especialidad, mas no a mis intereses, pero hoy me veo obligado a evocar un aspecto muy inquietante de la vida institucional actual de mi país.
Posiblemente antes del cambio de constitución, pero marcadamente a partir de este, en Colombia proliferan leyes acerca de la lucha contra la corrupción y las malas prácticas administrativas. Los procedimientos parten siempre de la muy probable mala fe de los agentes, se anteponen requisitos y se establecen secuencias que hacen de cualquier entidad estatal, o proceso relacionado con el Estado, una absurda carrera de Aquiles tratando de igualar la lentitud de la tortuga. El engaño sabido y la mala fe supuesta, así como la intervención de exóticas posturas judiciales acerca de temas que precisan el buen juicio del especialista y la mirada práctica del ejecutor; llevan a escenarios macabros en nombre de la moral pública.
Comencé evocando la afición por solucionarlo todo con leyes porque además reconozco que muchas tienen su justificación y su origen en males ciertos y en tradiciones conocidas acerca de los malos procederes. De hecho resiento la poca eficacia de la legislación contra fenómenos costosos e irreductibles de lo poderosos o astutos. No creo, empero, que vayamos muy lejos cuando se persiste en impedir el desarrollo de procesos vitales y necesarios, a nombre de esos referentes ideales que llamamos códigos.
Epiloguito
Todo que ver, pero por los laditos, vi hoy en caracol una nota acerca de la huelga de hambre de músicos de la Orquesta Filarmónica de Bogotá por el imperativo que se les presenta de calificarse como funcionarios de carrera administrativa y la penosa situación de los músicos extranjeros ante este panorama. La nota termina aludiendo (no he podido encontrar otra fuente todavía) a que el alcalde dijo que "la Orquesta Filarmónica es un juguete muy caro para Bogotá". Un funcionario habituado a correr colaboradores apresuradamente y sin fórmula de juicio, en tanto benévolo con aquellos que nombró para cumplir acuerdos con los liberales durante su ascenso al poder; no merece que gaste en él esos altos vocablos que nos legó el Quijote, "con los que hablan los dioses y maldicen los hombres". Solo mi desdeñosa lástima y una razón más para escribir acerca de los desatinos y los desechos. "El sueño de la razón produce monstruos"*
, el de la moral ergástulas y el de la redención del demiurgo, inanes luchos.
1 comentario:
Buen post Vulturno. Me gusto mucho su blog. Saludes.
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