Comenta el diario El Tiempo acerca del aumento de la proporción de residentes nativos entre el más reciente censo y el anterior. Hoy, un lector reclama en la página editorial por los modos y valores que - según él - caracterizan al auténtico 'cachaco'. La profusión de datos acerca del atractivo de la capital suena a publicidad, tratándose de la casa editorial que se siente dueña de la ciudad; la evocación de ese lugar común, de la r alargada (similar a la nariñense) y los dichos, resulta lánguida e intrascendente.
Yo nací en el centro, en la clínica Bogotá como muchos de mi generación. Crecí, tanto como pude, mirando la ciudad desde algunos de sus bordes. Llevé botas machita a la escuela ("concentración escolar...") durante los eternos inviernos, cuando llovía 'agua mojada'. Monté en 'bus de a peso' y participé de los racimos humanos, de los mismos que tanto evocan quienes no los vivieron y venden las bondades del transmilenio, del cual no cuelgan tales porque no tiene estribos.
Conocí luego el centro de los libreros de la 19 y de la 13 con décima, de los almacenes populares y los fotógrafos callejeros; la Luis Ángel, el Planetario y el repertorio básico del chino de primaria que se sabía los símbolos patrios y admiraba el pasado (la Quinta de Bolívar, el Museo Nacional, el del 20 de Julio, el Militar, la Catedral Primada con sus aldabones para gigantes,...). Con el tiempo he venido conociendo más esta ciudad inabarcable, pero cada vez me resulta más difícil.
Esa Bogotá 'pujante', prometedora y dinámica descrita por El Tiempo, es una Torre de Babel que crece irresponsablemente sobre una cuenca hidrográfica que no puede con ella, concentrando e irradiando población en condiciones cada vez más peligrosas. Autoconstrucción irracional en laderas inestables, en planicies inundables, en reservas forestales; la vuelta macabra sobre el círculo ya vivido décadas atrás, está vez magnificada hasta el imposible. Disfruto, eso sí, de la ciudad que al menos se pregunta - aunque está lejos de concretarlo - por la inclusión; la que ya no dice que a la guacherna se la compra con una camisa nueva y una botella de aguardiente, porque ha venido entendiendo (eso espero) que todos somos ciudadanos en formación, que nos sienta bien a nuestras autoestimas poder sentarnos en un parque o acceder a una biblioteca o simplemente convivir con muchos otros sabiendo que se nos tiene por personas.
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