viernes, marzo 10, 2006

Comienzo postergado

No es tan fácil como pensaba el emprender estas tareas. Tal vez sí lo es, pero mi vida ha pedido mi concurso últimamente y la blogósfera ha tenido que esperar por mi debut.
Comenzamos con un suceso harto triste; con una muerte violenta. El miércoles hubo un enfrentamiento, de esos consuetudinarios, entre encapuchados y policías antimotines en una portería de la Universidad Nacional. El aguacero y mis actividades me tuvieron marginado de las noticias que fueron generando estos hechos, excepto por el sonido de las explosiones, las cuales dejaron de ocurrir cuando los truenos comenzaron a imperar. Al salir del campus, vi los escombros, los vidrios rotos y algunos 'petos'* sin estallar; la estación del transmilenio** estaba cerrada por los destrozos y nada más, no parecía haber evidencia de algo más que una de tantas refriegas, tan detestadas por la mayoría y tan incomprendidas por todos, especialmente por sus autores.
Para la noche, los noticieros hablan de un herido grave, un estudiante de otra universidad pública recibió un proyectil en su cerebro, se presume una bala disparada por los policías. También hubo dos personas heridas por un rayo, en un espacio distante y sin conexión con los hechos. A esta hora, dos días después, el estudiante ya ha muerto y la Fiscalía divulga que el proyectil era una canica de vidrio, aligerando así el señalamiento inicial contra los primeros sospechosos.
Creé esta bitácora a partir de mi percepción de la situación política generada hace ya tres meses en la Universidad. Por una vez decidí dar importancia al problema de ciertas tradiciones, ciertos lugarcomunes que se añejan en las vidas de la gente y que perpetúan rituales cada vez más alejados de su sustancia y sus motivos. Sobre el paro de noviembre volveré o - más bien - trataré por primera vez en otro post. Hoy apremia la tragedia, por la horrorosa monotonía de la historia que vuelve sobre sí misma.
Estudiantes jóvenes se involucran en situaciones de violencia invocando la tradición, el pasado. Eventualmente invocan el futuro, pero sus verbos favoritos son defender, resistir, rescatar, recordar. Este oxímoron tiene varias explicaciones lógicas, pero no deja de ser estridente ante el sentido común. Desde el 8 de junio de 1929, cuando un estudiante nariñense, hijo de un miembro del alto gobierno y líder estudiantil de ocasión en una sonada revuelta cívica (militante, además, de una facción derechista del conservatismo colombiano), cae abaleado al intentar entrar al Palacio de Nariño (Casa Presidencial, donde además entraba con regularidad por motivos del cargo de su padre); se fue tejiendo en colombia una cada vez más absurda tradición de mártires estudiantiles, para sumarla a las de otro tipo de muertos (líderes campesinos, sindicales, políticos y hasta deportistas). En el caso estudiantil, veinticinco años después (8 de junio de 1954) vendría la muerte de Uriel Gutiérrez, en medio de manifestaciones contra el gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla, seguida de una matanza el día siguiente, luego del entierro. Para los años sesentas, cuando las refriegas entre estudiantes y policía o ejército comenzaron a ser acompañadas con consignas de inspiración revolucionaria, con apología del levantamiento armado para derrocar al sistema corrupto y facilitar el advenimento del socialismo; esos ancestros, esos líderes de ultratumba, se conviertieron en símbolos infaltables de la evocación al heroísmo, al compromiso supremo con ese atinado borrón y cuenta nueva que los jóvenes habían decidido darle al país. El día del estudiante caído, fecha instituida por el gobierno (todos los 8 de junio) sirvió como escenario para arengas políticas y eventuales enfrentamientos violentos.
El breve paso del sacerdote Camilo Torres Restrepo por la política de las izquierdas y su más corta incursión en la vida de las armas, añadieron a muchos de los espacios militantes la obligatoriedad de la consigna antielectoral, en pleno Frente Nacional. También vino un masivo sacrificio de estudiantes, bien como producto de la represión a sus escenarios visibles y legales de organización (la Federación Universitaria Nacional fue ilegalizada y hubo persecución de sus líderes, además de militarización de las universidades), bien como resultado de la fallida incursión en la lucha armada, pues muchos perdieron la vida por falta de destreza para esas artes o cayeron fusilados por cuenta del sectarismo rampante en los ejércitos alzados en armas.
Para los años setentas se consolida la idea generalizada de asociar a la Universidad Nacional de Colombia - y las otras públicas, además de ciertos colegios nacionales de bachillerato y los llamados INEM y algunas privadas - con las pedreas y con las militancias de izquierdas. Las huelgas estudiantiles y los cierres de la Universidad se volvieron más frecuentes, así como los experimentos para contener estos fenómenos (represión militar, expulsiones masivas y sumarias, cierre de facultades problema). Vino entonces una nueva generación de mártires, casi todos caídos en años electorales (1974, 1976, 1978, 1980), además de la proliferación de proyectos armados pequeños con cierta participación estudiantil. En todo este tiempo, comenzó a afincarse también la pérdida de protagonismo de la Universidad como institución y su progresiva degradación en aspectos a los que no se dio importancia de manera oportuna. La inestabilidad política y los frecuentes trastornos en su normalidad, sirvieron de excusa para promover el fortalecimiento de la universidad privada en Colombia, hasta convertirla en el principal proveedor de matrícula en el sistema. Los años ochentas trajeron más violencias, en parte por la idea de ciertas expresiones políticas acerca de una especie de territorio de combate armado, en el cual pretendían tenía que convertirse el campus; en parte por la reacción del Estado y otros sectores que entonces emprendieron grandes campañas homicidas inspiradas en consignas contrainsurgentes o de venganza. Paralelamente, las mafias de la venta de droga fueron consolidando su nicho en un espacio de cierto modo vedado para la presencia formal de policía uniformada, lo cual complicó más el escenario. [Aquí, una pausa en el recuento cronológico, otro día sigo]
Para muchos es recurrente la idea de un anquilosamiento vivido por el espacio universitario, por cuenta de sus insistencia en volver sobre actos como estos, vistos como una tradición. La perspectiva de un compromiso con la edificación de un orden social diferente se fue trastocando por su misma naturaleza y por el desencuentro constante con una sociedad cambiante. Hace tiempo que el inconformismo estudiantil hecho manifestación o pinta en una pared perdió el aspecto de cuestionamiento y proposición. Llama al pasado o pide perseguir objetivos cuya pertinencia se vio desde referentes que ya no son tan válidos. La conmoción que pudo vivir el país que lee prensa o ve noticieros, por la muerte violenta de un estudiante unos años atrás, no volverá a ser la misma. Sin embargo persiste la tentación de la aventura, de sentirse convocado por la gloria de la batalla, por hermanarse con un supuesto legado. Por eso los mismos incidentes, que hacen que una generación se desencante de estas prácticas, se repiten en la siguiente y los toman los presentes como algo novedoso y que nadie podía haber anticipado. También porque vivimos experiencias inconexas en el tiempo. No pensamos seriamente en legar nuestros propósitos y nuestras conclusiones, además del reconocimiento de los errores. Vivimos una época con demasiadas justificaciones para el pesimismo, pero tenemos para navegarla herramientas jamás soñadas por quienes nos precedieron. Una elemental, podemos conocer el futuro; no el nuestro, sino el de los que pasaron antes; ya sabemos que sigue en el siguiente capítulo y hacer la tarea nos permite elegir si repetirlo o escribir uno distinto.
* Petos: Bombas caseras de contacto.
** Transmilenio: Sistema de transporte masivo con buses articulados de la ciudad de Bogotá.

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