Era 1988 y salía una tarde del colegio. Caminaba por la séptima hacia el sur y, hacia la 24, comencé a ver la comparsa de teatreros y zanqueros que anunciaban la inauguración del Primer Festival Iberoamericano de Teatro. Pensar en la trayectoria de este evento próximo a inaugurar su décima versión, me recuerda, como era de esperarse con este seudónimo y estas obsesiones, un par de escenarios que ya no son. Para esa época ya estaba vedada, o estaba en camino de serlo, la Plaza de Bolívar para las multitudes; si mal no recuerdo, después del intento de un nuevo Bogotazo durante el entierro de Jaime Pardo Leal en octubre de 1987. De allí que la masiva presencia de espectadores en la clausura, protagonizada por Els Comedians, con sus diablos descolgándose del abandonado edificio del Palacio de Justicia, resultara un tanto surrealista y memorable.
Dieciocho años, el umbral legal de la mayoría de edad. Esa modesta escena que vi una tarde, se convirtió en un proyecto con legado. Para mi caso personal, no un recuerdo de muchas funciones bajo techo, casi ninguna, pero sí de ese progresivo retorno de la ciudadanía a poder gozar de una historia en comunidad y en la comodidad singular de su espacio natural, la calle.
Éxito y larga vida a ese oportuno "show must go on" que nos asaltó a pesar de la lluvia y los llantos y el derrotismo. Ya ven, el futuro llegó y está visto que sigue estando para ser inventado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario