No soy apologista de las fumigaciones para contrarrestar el narcocultivo. La misma determinación bélica nunca se ve para atacar a las partes de la cadena que más valor agregado dan y que más alientan la persistencia del negocio. Además el efecto es la expansión del área afectada por el narcocultivo, con lo cual no se remedia sino se agrava el ya negativo efecto de la deforestación y el envenenamiento de los ecosistemas con los insumos agrícolas y precursores químicos del procesamiento de la cocaína. No creo, sin embargo, en la sinceridad de muchos de quienes denuncian las fumigaciones, fingiendo solidaridad con labriegos y otros actores débiles del problema, pero callan ante el papel de los grandes cárteles y sus agendas en todo esto. Menos creo en la honradez de las declaraciones del recién electo gobierno ecuatoriano. Una cosa es molestarse con los aspectos provocadores e inconvenientes de la operación bélica en la frontera; otra es entrar a opinar sobre política interna de manera tan impertinente.
El tema de los presidentes vecinos y sus aventuras de pretensión hegemónica se ha puesto verdaderamente pesado. Que un presidente que saltó automáticamente a aplaudir la operación de invasión a Irak tenga una actitud tan timorata con las actitudes de Hugo Chávez, da para pensar que se juegan duras cartas de chantaje en la política binacional. Tratándose de un gobernante con chequera fuerte, que compra los acontecimientos políticos en la región, es obvio que la explicación apunta a ese tipo de determinaciones.
La revolución chavista es una quimera, con cierto aliento mientras dure la coyuntura energética mundial actual y los Estados Unidos no tengan un descanso importante en sus andanzas por el Golfo Pérsico. La expansión de su influencia política regional, junto a su poder electoral, contrastan con la categórica derrota de sus supuestas metas en la economía y en la estructura productiva venezolana. Los precios altos del crudo maquillan una progresiva disminución de competitividad de PDVSA y la profundización de la condición de país exportador de materias primas. Para completar, andar cerrando medios de comunicación (por muy enemigos que sean) y expresar tales determinaciones de manera tan prepotente, son cosas que demuestran la poca inteligencia política del personaje y de quienes lo rodean y adulan.
Mientras tanto nuestro país vive un vacío de gobernabilidad aun más profundo que el que presenciamos en tiempos del gobierno Samper, quien cedía ante quien fuera en medio de la andanada de líos judiciales y políticos que tuvo que atender. Uribe capotea el cuestionamiento público de cada vez más colaboradores, de los que se le pegaron y de los que él mismo metió en cargos; responde a sus compromisos reelectorales con curtidas y voraces clientelas regionales y se deja mangonear de sus vecinos del Norte y el Oriente. Año inquietante este.
El tema de los presidentes vecinos y sus aventuras de pretensión hegemónica se ha puesto verdaderamente pesado. Que un presidente que saltó automáticamente a aplaudir la operación de invasión a Irak tenga una actitud tan timorata con las actitudes de Hugo Chávez, da para pensar que se juegan duras cartas de chantaje en la política binacional. Tratándose de un gobernante con chequera fuerte, que compra los acontecimientos políticos en la región, es obvio que la explicación apunta a ese tipo de determinaciones.
La revolución chavista es una quimera, con cierto aliento mientras dure la coyuntura energética mundial actual y los Estados Unidos no tengan un descanso importante en sus andanzas por el Golfo Pérsico. La expansión de su influencia política regional, junto a su poder electoral, contrastan con la categórica derrota de sus supuestas metas en la economía y en la estructura productiva venezolana. Los precios altos del crudo maquillan una progresiva disminución de competitividad de PDVSA y la profundización de la condición de país exportador de materias primas. Para completar, andar cerrando medios de comunicación (por muy enemigos que sean) y expresar tales determinaciones de manera tan prepotente, son cosas que demuestran la poca inteligencia política del personaje y de quienes lo rodean y adulan.
Mientras tanto nuestro país vive un vacío de gobernabilidad aun más profundo que el que presenciamos en tiempos del gobierno Samper, quien cedía ante quien fuera en medio de la andanada de líos judiciales y políticos que tuvo que atender. Uribe capotea el cuestionamiento público de cada vez más colaboradores, de los que se le pegaron y de los que él mismo metió en cargos; responde a sus compromisos reelectorales con curtidas y voraces clientelas regionales y se deja mangonear de sus vecinos del Norte y el Oriente. Año inquietante este.