Resulta que la supuesta oleada terrorista, previa a la posesión presidencial, fue un montaje, como lo divulga El Tiempo. De esas cosas uno ya no se sorprende. Tampoco es como para apasionarme. De alguna manera tiene que ser positivo que las instituciones afronten la noticia y no la tapen por vergüenza como se estilaba. Es notoria otra situación: los sospechosos de siempre, las Farc, no desmintieron públicamente su autoría en estos hechos, o por lo menos eso no se supo en grandes medios. No entro en páginas de grupos así por higiene legal e informática, pero según me han contado gomosos, a esa gente no le interesa desmentir nada, menos si se trata de algo que le haga más fama de matona e intimide más.
El asunto, de profundizarse la investigación, puede ser muy complicado. La complejidad de estos montajes, en medio de un operativo tan sofisticado como el que realizaban las autoridades por esos días, debió contar con la complicidad activa o pasiva (por estolidez) de muchos uniformados. El gobierno debería preocuparse por desarrollar el tema hasta las últimas consecuencias, puesto que la falsedad asociada a las noticias de los logros de su estrategia de seguridad, particularmente en el evento que se supone que fue la prueba de fuego, necesariamente lo salpica.
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