Normalmente bajo el influjo de la cerveza, he afirmado varias veces que el pesimismo y la patética melancolía de la tradición lírica de la música popular latinoamericana hacen del grunge y otros lloriqueos anglosajones simples rondas infantiles, ayes como los de la pajara pinta. Romances perdedores en los valses ecuatorianos, orgullos de macho derrotados en memorables rancheras (las de José Alfredo sí que me patean), evocaciones de ranchos abandonados como en ciertos sones y bambucos, dolores no curables con mejoral en paseos vallenatos, lacrimosos lamentos andinos, saudades melosas en distintos ritmos brasileños... Pero nada supera al Tango, a sus dictámenes de fatalidad tan llenos de ese pragmatismo de la calle y la noche.
Y dentro del tango mismo, capítulo excepcional ocupa Enrique Santos Discépolo, el del famoso "Cambalache", el certero pintor de la imagen de "Esta noche me emborracho". Aquí, su atinada proclama, interpretada por quien tenía que ser:
Y dentro del tango mismo, capítulo excepcional ocupa Enrique Santos Discépolo, el del famoso "Cambalache", el certero pintor de la imagen de "Esta noche me emborracho". Aquí, su atinada proclama, interpretada por quien tenía que ser:
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