Desde que descargar decenas de MegaBytes en menos de una hora dejó de ser un lujo o una aspiración demasiado pretenciosa; un acceso permanente a Internet desde mi casa se volvió una necesidad básica. Los apremios de consultas a bases de datos, revistas, páginas de cursos universitarios, manuales de especificaciones técnicas de dispositivos, drivers, parches, actualizaciones de antivirus,... La mayoría requeridos a cualquier hora, especialmente aquella en la cual no se puede contar con un café.
Estoy advertido sobre el carácter mundial del problema del robo de infraestructura por cuenta del frenético aumento de la demanda china y la feria de precios altos de todo tipo de materias primas. Hace no mucho supe de las dimensiones del problema por los lados de Curramba. La semana pasada algo se comentó en El Tiempo. Informalmente me he enterado de acciones de este tipo contra la red de gas natural y sobre la implicación directa de agentes comerciales ligados con la importación de ciertos bienes desde la potencia nuclear asiática. Pedir que no compre de gallo a semejante bravucón es esfuerzo perdido. Endurecer las leyes para este delito, de manera acorde con la gravedad que representa el daño a infraestructura de uso común, más la afectación de la seguridad pública, es como todo lo que se legisla aquí; igual, matar también está prohibido.
Mi proveedor de servicio, la ETB, se encuentra en una dura encrucijada, pues su red de cobre es clave en la competitividad ante operadores frescos que asedian sus dominios dispuestos a todo. Si se le suman las horas de atender a clientes molestos e intensos como yo, el panorama exige salidas drásticas y urgentes. La situación no tiene cara de mejorar en mucho tiempo y ojalá no sea tarde cuando se tomen las medidas serias para afrontar la gravedad de que la infraestructura de la ciudad se convierta en bazuco, a cambio de emergencias por intoxicaciones, incendios, colapsos de telecomunicaciones, amén de las consecuencias económicas.
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