lunes, agosto 07, 2006

Sobre Fidel

Caballo está enfermo y, como en la canción de Santos Discépolo, ya algunos se prueban la ropa que va a dejar. Ahí es donde se dan cuenta literalmente de la talla de lo que quieren reemplazar. La dirigencia cubana se debe estar dando un festín informativo con la cantidad de peladas de cobre que salen por todas partes. También actúa con prudencia, porque sabe muy bien lo que hay en juego. Desde afuera, suenan duro los anuncios sobre el retorno de la democracia. Quedando tan pocos testigos de la última contienda electoral como se concibe en otros países, vendría a ser la implantación de esa forma de elegir los representantes. Esas cosas no funcionan tan de la noche a la mañana y la formalidad política es apenas uno de los problemas.
Con una de las más cortas carreras poscoloniales en el continente, Cuba tiene muy poca experiencia en el modelo de democracia liberal occidental. Dictaduras y caudillos de largo aliento han primado en el corazón político de los cubanos. Manejar el gobierno se ve como cosa de mayores, de seres de leyenda. Cuando pregunté a militantes comunistas sobre qué venía después, no me respondían y más bien rogaban al altísimo que ese momento nunca llegara. "Él es la unidad de los cubanos y si no está quién sabe para dónde vamos". Cuando hay un papá que se encarga de tener todas las ideas y de asignar las tareas correspondientes, algunos se malacostumbran y no tienen cómo imaginarse un después. Y no fue solo la manía comunista del culto a la personalidad la que lo llevó a ese papel de todopoderoso imprescindible. En parte también se debe a esa tradición caudillista y a la obsesiva guerra personalizada de sus adversarios. Un éxito de timba, censurado por el régimen, decía que había que conseguir un palo para darle al 'mango'.
Mientras sus detractores dedicaron décadas y dólares a destruir su imagen y conspirar contra su cuerpo, se consolidó un sistema, lleno de vulnerabilidades pero con un montón de gente organizada para respaldarlo. Gente que no fue como él, moldeada por esa historia personal del hijo de un rico ganadero, educado por jesuitas y luego partícipe de la política estudiantil universitaria; rápido en compensar el desdén de sus amigos norteamericanos con sucedáneos ultramarinos y curtido negociador. Allá dicen que él es digno representante de los orientales (los de las provincias del Oriente de la isla): gran conversador, engatuzador, carismático. A veces sin hacerse entender fascinaba, no descartaría que no haya perdido tal don. Los que siguen son funcionarios en el sentido más práctico de la palabra. Son ruedas de engranaje, sin ganas de brillar, pero disciplinados militantes (tanto que no ven mucho más allá de su función).
Pienso que Cuba paga duro el precio de su disfuncionalidad con un mundo difícil de evadir. Eso tiene que afrontarlo. Las conquistas sociales tienen muchos atenuantes en su soporte orgánico. Salud gratis sin suministro completo de medicamentos (gratuitos aunque de muy difícil importación, pero misteriosamente disponibles en los 'shopping' a precios internacionales, es decir inalcanzables para el ingreso normal de un empleado de allá; también de acá, no la vengamos a montar de primermundistas). La educación tiene sus limitantes. A mí, como habitante de un país mucho más liberal en esas cosas, me alcanzan a asfixiar ciertas intromisiones presidenciales en temas académicos; allá me sentiría mucho peor.
Curiosamente, aquellas facilidades de la vida moderna que disfruto en Bogotá, que sin ser de clase alta puedo ver acá como no podría en Lima; aquellas comodidades y necesidades propias de mi estilo de vida que me hacían decir no hay, no veo, aquí no tienen... contrastaban con las cosas que colombianos mucho más pobres que yo notaban que sí había. Las privaciones de la gente necesitada de nuestro mundo rural en depresión y de ciertos cordones de miseria (especialmente en Bogotá y Montería) llegan a extremos que hacen parecer nórdico al más infortunado cubano.
Ciertos funcionarios cubanos decían que la mejor solidaridad con su revolución era que uno hiciera la de su propio país. No ando interesado en hacer revoluciones, pero ahora que lo veo el mejor aporte que uno podría hacer a la democracia y a la inserción exitosa de Cuba en el concierto mundial es trabajar por la productividad y el desarrollo democrático del país de uno. Como tantas obsesiones benefactoras, termina uno entendiendo que para dar sí es importante tener.

1 comentario:

Anónimo dijo...

buen post