viernes, febrero 22, 2008

Los 50

Mi primer encuentro con la Biblioteca Luis Ángel Arango fue en los tempranos ochenta. Mi papá nos llevó a mi hermano mayor y a mí a conocer el centro de Bogotá con relato incluido. Supimos esa noche de las anécdotas obligadas del paso entre Veracruz y La Tercera, de la Catedral Primada, la ubicación real del sitio donde mataron a Gaitán y otras tantas. La sala principal de lectura era sobrecogedora, serísima, cautivante. Cuando estudié en el Camilo Torres, trasegué mucho el centro y gravité con regularidad hacia la Biblioteca Nacional y la misma Luis Ángel. El último año de mi bachillerato, sin embargo, viví la sequía (luego también padecería la de la huelga de Bavaria en el 92).
En 1989 la Luis Ángel cerró para reestructurarse y remodelarse. Miles y miles de universitarios y alumnos de colegio vivimos esas interminables colas por la 24 arriba y volteando hacia el norte por la esquina para consultar algún texto añejo en la Biblioteca Nacional. Luego la misma Luis Ángel abrió servicio de hemeroteca y de la sala de referencia en el edificio de al frente, donde hoy queda el museo de Botero, y buena parte de las tareas tuvo que ser bandeada a punta de diccionarios enciclopédicos y artículos de revistas quién sabe qué tan pertinentes. En medio de la contingencia y ya universitario, llegué a conocer la Biblioteca del Restrepo, uno de esos misterios bien escondidos de la Bogotá de entonces. Pero la adicción lo llevaba a uno de vuelta por allá, así fuera a leer periódicos viejos.
Finalizando el A mediados del 90, caminaba un día por La Candelaria, siguiendo una rutina mía sin propósitos definidos y busqué la carrera cuarta para dar la vuelta en la clásica esquina de la once. Cuando llegué allí, se me atravesaron unos guardaespaldas y unos soldados y pronto frenó un carro del cual se bajó un señor y mi suspicacia política me insinuó que no era Eduardo Mestre Sarmiento, sino el mismísimo Virgilio Barco Vargas. Me fui detrás de la comitiva como un fantasma y le pregunté al celador qué pasaba, que si era cierto lo que mi ilusión colegía. Con la indiferencia de quien relata que Aristizábal malogró un gol o cualquier otra perogrullada, me dijo que "sí, que mañana dejan entrar". Esas jornadas fueron gozosas, ya eran vacaciones escolares y por momentos llegué a sentirme como el tipo del cuento al que se le rompen las gafas, pero yo tadavía no las usaba y sí podía descargar mi lujuria bibliófila contra decenas de volúmenes igualmente enveranados. Los siguientes meses vino un recorrido desordenado, totalmente carente de método, de los anaqueles donde por un tiempo se permitió acceder a la colección de periódicos de mayor circulación empastados, más o menos de 1970 o 1971, hasta principios de los 80.
Cada noche que me metía por allá buscaba noticias que me inquietaban de eso que llamaban la historia reciente, descubría personajes y buscaba luego quién me contara sobre ellos. Leí montones de las columnas de KLIM que no aparecían en los libros que las seleccionaban. Busqué recuerdos puntuales de infancia, como una vez que fue noticia una bandada de garzas blancas y la foto de Turbay con quepis en una parada (Osuna la registró muy bien). Luego los retirarían del acceso directo del público por cuenta del vandalismo censor y después ni los prestaban, sino que tocaba buscar recortes temáticos o mirarlos en microfilm, cosa que me marea en pocos minutos.
Luego dejé de ir cuando se volvió la congestión permanente. Una de las bibliotecas más visitadas del mundo, decían, no por su inmensos colección y prestigio, sino por la ausencia de redes de bibliotecas con cobertura aceptable. También conocí, desde luego, los pasos que se dieron para afrontar ese fenómeno y cómo se ha llegado a la situación de hoy.
Aunque mi relación con la BLAA perdió sensualidad desde que solo voy a recoger los libros que saco como socio y de vez en cuando a una exposición, son muchas las vivencias que se me alborotan en la memoria cuando pienso en este, su aniversario número 50. Un emotivo, cursi y sincero brindis por ese cumpleaños.

2 comentarios:

Despistado dijo...

!Ah¡ Delicioso recuerdos. Yo también pude en una época gozar de la hemeroteca, leer periódicos antiguos, y las revistas (empastadas) con temas de 1940 a 1980, Unión Soviética, Life, Time, Cromos, NG y tantas otras. A veces como ejercicio revisaba todas las publicaciones posibles de una fecha y tema específico, como por ejemplo el 20 de julio de 1969 con el alunizaje o por ejemplo que publicaron los diarios y revistas el día de mi nacimiento, lo que se anunciaba y vendía en esa fecha, etc. Aún recuerdo haber descubierto que el mes de mi nacimiento la portada de Life había sido la Gina Lollobrigida. Y si también que al buscar en esa misma revista y otras, sobre el episodio de la plaza de toros en la época de Rojas y de los estudiantes del 8 y 9 de junio, estas páginas habían sido mutiladas.
Gracias por alborotar los recuerdos.
Un saludo.

olu1 dijo...

Y el publico lector de la BLAA...todo un tema.
Feliz entrada.
salud!