miércoles, agosto 01, 2007

Agosto

Agosto anticipó sus famosos vientos hace un par de semanas, haciéndonos vivir a los bogotícolas varias de las noches más frías del año. Esta noche recorría un par de blogs y miré, a propósito del triunfo colombiano en la montaña del Tour, la alusión al popular producto cuyo precio fue en una época auténtico indicador del costo de la vida y la estabilidad política del país: la panela. La coyuntura energética mundial y la fuerza de los cañicultores colombianos a la hora de posicionar su producto en el renglón de los biocombustibles han encarecido el ingrediente de mi más amado brebaje. Lo acabo de vivir cuando fui a una cigarrería cercana y me topé con el formato de la panela de 700, como la sección transversal de la normalita de antes pero de espesor rebajado.
Hace tan solo diez años, vi manifestaciones de paneleros, regalando la panela en el centro de Bogotá para divulgar su dura crisis. Hoy, agotada la ración de esas que vienen en tableticas como de chocolate, he salido a la clásica misión de comprar una en una tienda, para afrontar este tiempo de viento helado. La medida intuitiva que hace tiempo me habitué a utilizar, esperando a que el aroma informe que ya esta lista y luego la mística deglución. No le echo nada más, salvo limón cuando hay gripa de por medio. La agüepanela preside mis cada vez más esporádicos encuentros con una comadre distante (709.74 Km), nada aficionada al dulce, pero flexible al respecto cuando de estas visitas se trata. Con ese sabor y ese calor abrazándome y abrasándome el tórax he escrito esta entrada.

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