domingo, enero 27, 2008

La conexión caleña

Yo residí en el Pent House capitalino, en las alturas victorianas, desde donde vi a Julio César Turbay fundar un centro comunitario y una década después vi un destello en las faldas del Cerro de Suba mientras hablaba por un teléfono gratuito de esos anaranjados. Puse noticias y se trataba de un carro bomba que detonaron 'los extraditables' en el barrio Las Villas. Viví en mi primaria los torrentes lodosos que dominaban su malla vial cuando por aquí sí que llovía y las épicas trepadas que tenían que hacer los buses sin frenar por diez o quince cuadras, cuyos fracasos solían terminar con la bajada de los pasajeros. Muchas noches me fui a dormir después de despedirme de la ciudad que avistaba casi completa, como habitante del borde.


Hace dos noches salía de Suba, o Suburbia o Infraurbia, ente maléfico acantonado entre cerros, refugio de ángeles caídos ("eso es muy lejos, por allá se esconde el Diablo a cagar"). Cuando se huye de ese averno por su avenida homónima, se notan la ubicación y las pretensiones de su sitio original. En los tiempos de la bomba citada, ya condenada esa localidad con el mote de "salsipuedes", recorrí alguna vez su contorno bucólico, hoy loteado y rotulado de modo farragoso, lleno de haciendas y finquitas atravesadas por vereditas y carreteables sin aspiraciones mayores, zanjas, vacas, potreros inofensivos. Pero ya entonces la mal llamada urbanización acechaba.
Más de dos décadas han pasado desde que se planteó una Avenida Longitudinal de Occidente, potrero cuyo despeje se puede ver claramente, cuya ejecución ha sido postergada al punto de ser una obra rezagada frente al frenético poblamiento que se vive donde el Salitre se incorpora al difunto Bogotá, en la esquina de Suba con barrios bautizados con toponimias europeas. Cuadras absurdamente estrechas, separadas por calles superfluas; natalidad sin límites, pandillas, paracos, bazuko, tráfico humano. La subnormalidad, la Sub-anormalidad.
Volviendo a anteanoche, advertido de la ansiada consumación de la unión de dos importantes tramos de la Avenida Ciudad de Cali (el suburbano y el largo), tomé un colectivo que prometía llegar a Fontibón. Sí, la esperada conexión en la zona del Juan Amarillo ofrece un notable atajo para quienes transitan entre ese lugar candidato a exiliadero y las zonas francas de Fontibón y aledañas, ha sido consumada después de meses de tropiezos.


Pero, sea por plazos de licencias o por persistencia del ancient regime, el colectivo se internó en la tortuosa ruta del Rincón, que se debería llamar el recoveco, tortuoso laberinto de vías estrechas y atiborradas de ultrajes urbanísticos. Igual, allá están los clientes. Pero sí, volviendo del Puente Aéreo experimenté casi un vuelo en helicóptero al pasar en taxi por esa avenida que estrena continuidad. Pero falta tanto.

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