Ya suena muy localista que la mayoría de mis posts hablen de temas tan bogotanos y por eso evito dejarme capturar de a mucho por el tópico de la Universidad. Pero el tema no está proscrito (de hecho, pensando en ella fue que comencé en serio con este blog). Asomé anoche a un conversatorio en el Auditorio de la Facultad de Derecho sobre posturas al respecto del papel del Plan de Desarrollo y Paz para el Magdalena Medio, proyecto que cumple una década y es materia de duras críticas, señalamientos y prevenciones, así como un mundo de experiencias reales, expectativas y logros. Entiendo que parte de la controversia giraba en torno a la relación del programa con el devenir de la guerra en la región, que si era funcional a la expansión del paramilitarismo, que si tenía detrás intereses oscuros relacionados con designios globales de división internacional de roles en la economía. Algunos arañaban el tema de la viabilidad y la sostenibilidad de la palma africana como cultivo principal para la región y dinamizador de la economía; a propósito de ello, un participante - quien se presentó como profesor universitario y miembro de una familia que ha hecho empresa con ese producto en la región - estaba exponiendo algunos aspectos económicos del proceso, que insinuaban dar luces acerca de la rentabilidad del cultivo y de aspectos ambientales, pero el moderador no consintió que se extendiera. Lo único que tenía cabida era la clásica liturgia del cuestionamiento ideologizado, el abucheo y el aplauso, por parte de un público mayoritariamente relacionado con organizaciones no gubernamentales, agremiaciones campesinas y sindicales, además de estudiantes dedicados a administrar el proceso político del país desde la cafetería de derecho.
Una cosa que me distanció de esa versión política de algunas ciencias sociales es la obsesión por 'elevar el nivel', esto es, abstraer los temas de ciertas cuestiones técnicas y medibles para convertirlos en rollo y eventualmente en consigna. Por ahí derecho experimentan la ficción de contar con la más envidiable de las atalayas, lejana de los problemas prácticos y la urgencia de resolverlos. Me sentí de vuelta a esa universidad que no me gusta: la que no hace de la polémica un canal para promover cosas nuevas y mejores sino una excusa para no arriesgarse a la equivocación. La de todo es una mierda, menos lo mío que ni siquiera es.
En fin, ese fue un viaje a un pasado en technicolor, preservadito en ámbar.
Chévere que hoy se diera la oportunidad de hablar de otras cosas, del sorpresivo interés de El Tiempo en que los profesores de física publiquen en Physical Review y que los del Grupo de Caos se sacudieran un poco de esa mirada tan fruncida que les hacen otros en el departamento.
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