Cierto componente de las consignas, pancartas y pintas de ayer se concentró en calificar de paramilitar, o más cariñosamente "para", a Lucho Garzón. Entiendo que la principal justificación de esta conducta fue la seguidilla de operativos para dar fin a las tomas de alumnos en los colegios, con intervención de la Policía, y calificado por la ADE como "La Noche de los Lápices en Bogotá". Este último entrecomillado corresponde al nombre de un operativo de tiempos de la Junta Militar que gobernó Argentina entre el 76 y el 83, el cual consistió en el secuestro de varios estudiantes secundarios en La Plata, quienes - salvo una excepción - fueron desaparecidos y todos pasados por tortura. El símil, es evidente, es frívolo e irresponsable. Aunque ha habido quejas sobre abusos y lesionados en uno de los casos; la distancia entre la gravedad de los hechos debería ser clara para un adulto, quien además está investido ante la sociedad del cargo de educador y - tras del hecho - ostenta funciones de liderazgo en una organización gremial de tipo sindical.
Entre lo más refundido de mi infancia, las palabras magisterio, asamblea, paro, yo sí entré por concurso, pedagogía, escalafón, sonaban con regularidad. Toda mi formación básica ocurrió en planteles oficiales y mis padres (docentes del Distrito, como ya se adivina) no dejaron de contestar inquietud alguna que les planteáramos mis hermanos y yo sobre estas cosas. Viví las transformaciones de los currículos de mediados de los 80, conociendo también a uno que otro de sus inspiradores. Para mi punto de vista, el que me tocó, el sindicalismo docente tenía el rostro del movimiento pedagógico, del perfil moral de la educación de los maestros que conocí, no solo en mi familia, sino de la gente que me develó los misterios de la teoría de conjuntos, la etimología de los términos biológicos, el álgebra que atormentaba los dedos, la elegancia de la trigonometría, el Siglo de Oro de las letras españolas, la Gramática, la Historia,...; todo eso sin verme como una grabadora china de cinco mil pesos para reproducir una consigna mal hablada.
Hablo de un sector importante de una generación que vivió ofertas fuertes de rebelión, de la ficción del sistema agonizante y de la fustigación a los escépticos. Hablo, desde luego, de la que entendió el tamaño de la responsablidad con la formación de la infancia y la asumió. Pienso en la profesora de tono militante, que no creía en la "prensa burguesa", pero nos la ponía a leer, a analizar, sin recurrir a la tosquedad de reemplazarla y a nuestros textos por el panfleto. Del temido profesor de Español que nos retaba a discutir cualquier tema y defendía la posición que le tocara con ingenio. En la memorable profesora de Álgebra que me cortó de tajo mis excusas perezosas de que, como aspirante a filósofo de mochila cruzada, era mi deber no aprender matemáticas; sometiéndome a fuertes dosis de ejercicios, abriendo para mí el universo lleno de hedonismo del manipuleo exitoso de las expresiones, de la claridad y las buenas prácticas de orden gráfico y correcta expresión de relaciones, igualdades, etc.
Lustros de docentes vinculados por cuota política, algunos de los cuales llegaron a las altas esferas sindicales y lanzaron inolvidables frases como: "yo no entré por concurso, tampoco me voy a dejar sacar por concurso". De inopinadamente beneficiados del estatuto docente, arrancado a punta de paros con destituciones, demandas, bolillazos, etc.; el cual para ellos era verdad ancestral y no obligación de merecimiento. De flojos licenciados jugando al alquimista del cambio social, con sus flojas hipótesis sobre la rebeldía adolescente y su manía de llamar represión a toda norma. De quienes barbotan un poco sustentado discurso sobre el juego pero no se han enterado que los juegos tienen reglas. También de los viejos líderes que se apegaron a succionar las ventajas económicas de su liderazgo, de manejar los fondos solidarios de un gremio tan extenso y tan adinerado (al menos en suma), de lucir su cachuchita ideologizada en el Sindicato, mientras negociaban corbatas pragmáticas en las secretarías y el Ministerio. Esos y otros componentes nos han traído a la situación actual.
Cecilia María Vélez (o muy seguramente algún asesor suyo) se enteró de la vigencia de una Ley de 1967, que hace ilegal pagar por tiempo no laborado (hay que recordar que en los más aguerridos paros de los 70 la recuperación de clases no dadas era parte del sacrificio y la beligerancia y ni se ponía en discusión). Desde entonces, un sindicato sumido en la mediocridad de su reflexión pedagógica evanescente; desgastado por paros en falso y carente de convocatoria; particularmente la ADE varias veces puesta en evidencia ante sus pares de otros departamentos por andar simulando lo que no tenía; se le ocurrió después de muchos años inventar la participación de los alumnos. Entonces profesores incapaces de persuadir al alumno de que x + x = 2x y que x*x=x^2, fueron organizando tomas, bloqueos de avenidas e improvisando liderazgos estudiantiles ficticios, aprovechando algo que yo no viví y hasta creí que envidiaba: el legado de la Constitución de que todo tenía que ser dirigido por cuerpos colegiados y la creación como cosa legal de los consejos estudiantiles en los colegios. Hay que ver cómo ofrecen esos muchachos cuando quieren llegar a ser personeros, como si aspiraran a la presidencia de la Organización Mundial del Comercio. Terminan pareciendo más sensatos los aspirantes a las representaciones estudiantiles en las universidades en sus promesas de impedir el ALCA o amortizar la deuda externa.
Alguien que no ha podido con los años conseguir que un alumno ubique el Río Magdalena en un mapa, que se entere que Colón y Bolívar no fueron contemporáneos, o la diferencia entre Conservatorio Departamental de Música y Directorio Departamental del Conservatismo; viene a convertirlo en el gran interlocutor de los temas del gasto público y la descentralización administrativa. Para fines prácticos lo compromete en cuestiones logísticas y operativas, lo adiestra en la repetición de unas consignas, lo arenga para que abuchee y rete al Rector (a quien acusa de gobiernista) y no le deja claros los límites de respeto a las instalaciones del colegio. De hecho no se discute a fondo con los padres de familia el asunto, ni se le pega una repasadita al Código del Menor. No hay plan B para manejo de detenciones o de situaciones de salud. El menor se queda lidiando con la hipotermia en el helado colegio, mientras el activista firmó asistencia y alega que no está en paro.
Quien accede al gobierno, por irresponsable que sea, conoce las hieles de la responsabilidad antipática. por eso el Secretario de Educación, con todo y su airecito de patriarca sindical, advierte sobre los términos del paro y actúa ante el uso de los menores, con la mesura requerida en la gran mayoría de los casos. El alcalde hace lo propio y gana que sindicalistas de servicios públicos, de la misma ADE y del medio universitario lo llamen "paraco" en las calles. Vuelve la frivolidad. El paramilitarismo es un fenómeno responsabilizado de crueles vejámenes contra la humanidad, por haber corroído el tejido social en varias regiones, por ser responsable de corrupción y narcotráfico. Está en el centro de la crisis política más dura de la presidencia con mejor respuesta en las encuestas (lo cual bien puede no ser tan paradójico como suena) y a diario está generando noticias sobre hechos judiciales (con pruebas y todo). Que los sectores políticos que siempre han reclamado no ser estigmatizados por sus posturas acerca del tema social, recurran tan irresponsablemente a esos motes, representa la poca seriedad que le ponen a la amenaza de lo que dicen denunciar.
De hecho, si mal no recuerdo, el paro que hay ahora en la Universidad reivindicaba al principio su denuncia contra el señalamiento, contra esa manía de tildar de guerrilleros a los activistas estudiantiles que sostenían determinadas posturas políticas. Lo que se hace con la palabra paraco es lo mismo. A propósito, muchas veces escuché veteranos de lo que la izquierda colombiana llama "la Guerra Sucia", o sea la matazón de militantes y activistas sobre todo en la segunda mitad de los 80; reclamar cómo a comienzos de la década siguiente, la principal fuente de estigmatización contra sus cuadros en ciertas universidades estatales (incluidas las del eje cafetero) provenía de los profesores y estudiantes del MOIR, quienes disuadían a sus prospectos de pichones hablando en esos términos de los otros grupos. ¿Será por eso que me molestó tanto ver las loas y la irracional lambonería con Robledo el lunes?
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