Me entero, por la bloguera virtual Cecilia, del reciente escándalo en el MIT. Me entero también de la discusión acerca de la postura de la protagonista en materia de los requerimientos de admisión, más allá (hasta donde se puede) de las faltas a la verdad consignadas en su resume. Hace no mucho cayó un magistrado panameño por falsificar su título de abogado. En licitaciones, solicitudes de crédito, concursos, etc. el tema de la credibilidad de la información consignada en formularios y en la documentación de soporte es algo supremamente estresante y dispendioso. Los bajísimos niveles de confianza mutua que nos gastamos los colombianos acerca de la buena fe de nuestros compatriotas, hacen de la economía colombiana una tortuga en reversa; como le discutía yo a un abogado de jurídica de un famoso banco. El tipo defendía las demoras propias de despacho de las solicitudes de crédito sustentado en la alta tasa de falsificaciones y exageraciones. La misma cuenta de los billetes por parte de cualquier cajero está jalonada por la amenaza del billete falso. Antes, la Universidad Nacional tomaba una muestra aleatoria de las huellas de los aspirantes admitidos para confirmar su identidad con la Registraduría, hoy el cotejo es universal y todos los semestres están saliendo casos de suplantación, con gravedad penal (y lo que haya avanzado el implicado en la carrera no tiene validez).
Pienso en quienes recomiendan inflar las hojas de vida, en quienes tratan de avergonzarlo a uno por concreto y pertinente, en quienes creen que una andanada de supuestas experiencias en los más disímiles campos; solo para que el entrevistador se tiente a preguntarles: ¿usted sí fue alguna vez al baño en todo ese tiempo?
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