Se ha muerto el mozalbete Michelangelo Antonioni, ayer lo antecedió el mocoso Ingmar Berman. No he sido cinero, ni ratón de cinemateca del llamado cine arte (en el cine comercial he visto producciones memorables que trivializan esa distinción), pero siento especial debilidad por ciertos clásicos. Este mes se llevó a varios grandes en muy pocos días. Recuerdo cómo hace diez años bromeábamos con un amigo (a quien por cierto le cae gordísimo Antonioni) sobre el ambiente apocalíptico que inspiran ciertas muertes de famosos en racimo. Me inquieta mucho, a mí que nací tan en el siglo anterior y por mucho tiempo tuve como 'el pasado' al XIX, cuántos de esos íconos avanzarán siquiera un par de décadas del presente. Auguste Renoir sobrevivió a la Gran Guerra (no sé qué tan en rango de tiro pudo haber estado pero murió después), Lord Kelvin mordió la primera década del siglo, el gran Lorentz (quien ya era físico cuando Maxwell no se había muerto) se sentó en la mítica foto de Solvay en 1927. Kropotkin aguantó dos décadas del XX y publicó su Mutual Aid en 1902 (que como muchos de los títulos de mi interés, de tiempos Gouldianos, la Luis Ángel lo tiene fuera de Bogotá, muy probablemente en Pasto). Esa gente que pudo vivir dos o tres mundos tan contrastantes, teniendo alguna relevancia en más de uno, me parece apasionante. De mi búsqueda veloz para esta entrada, no puedo dejar de nombrar a una leyenda viva, Claude Lévi-Strauss, quien ya va para 99 años de edad; de los generadores de teorías sociales a los que nada se les cayó por saber algo de química o geología.
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