Una parte de mí requiere mi asistencia eventual a rituales macabros, deplorables; a experiencias extremas, transgresoras del borde de la decencia y plenas de rasgos decepcionantes acerca de la naturaleza de nuestra especie. En esos encuentros cercanos con la vergüenza, en esos desafíos a la integridad, me recuerdo a mí mismo que soy capaz de casi cualquier cosa, que el infierno no me intimida al punto que puedo jugar a ring ring corre corre en sus mismísimas puertas. Así, he hecho cosas tan inconfesables como asistir a una grabación completa de un show de esos larguísimos de Jotamario Valencia en los ochentas (al igual que Krusty the Clown, cuando cortan la grabación fuma, maldice, esputa y deja el parpadeo de seminarista paisa que muchos le conocimos en su farsa de "valores humanos", legendario espacio televisivo de los setentas de una de las programadoras de la Fundación Social); he asistido a un ritual religioso del Centro Misionero Bethesda (allí fui advertido acerca de la inteligencia humana, la cual puede estar manipulada por Satanás); hice cola y pagué por entrar a un cine a ver una película de Harold Trompetero;... No conforme y ya harto probada mi ausencia de principios, el sábado pasado vi un Consejo Comunal de Álvaro Uribe (y rematé más tarde con "También Caerás").
En algún momento de su presentación inicial, Uribe se refirió a Lenín (así, como en la canción de Natalie), como un tipo acertado en una decisión que luego Stalin tiraría por la alcantarilla. Al político ruso, siendo un tipo tan poco recomendable de citar o seguir, lo he escuchado mencionar de tantas y tan curiosas maneras que tengo dificultades para entender por qué no lo han canonizado. La propaganda soviética, obviamente, lo citaba para cualquier cosa. Alguna vez tomé el texto de física de Frish y Timoreva, cuyo tomo sobre electromagnetismo trae un epígrafe antes del prólogo: "el comunismo es el poder de los soviets y la electrificación del país" Lenin (la horrorosa discusión acerca del relativismo filosófico al finalizar el capítulo de relatividad en el tomo de moderna es el colmo de la cuadrícula). Cuando había programado algún cotejo televisado muchas veces escuché decir en la Universidad: "como dijo Lenin, lo primero es el partido". Alguien me contó alguna vez sobre la tradicional asociación que hacen en Pasto con San Ignacio de Loyola, como relata la mademoiselle, aunque para mí pueden no ser botas de obrero sino de soldado, más afines a la vocación castrense del santico. El mochilento personaje de Jaime Garzón, John Lenin compañero, usaba la jocosa cercanía fonética y de momento cultural entre Lennon y don Illich en tiempos de sarampión latinoamericano. Cuando en la Constitución del 91 apareció la Expropiación por Vía Administrativa, Andrés Pastrana Arango, el afamado prologuista de las autobiografía del reputado actor Fernando Allende (este último derrocado por Augusto Pinochet en 1973, según el destacado comunicador javeriano Jorge Alfredo Vargas); declaró que ni a Lenin se le hubiera ocurrido ese artículo.
Realmente, aunque me han contado de posibles escarceos de Uribe con militancias de esas de pocas vocales en tiempos de su pregrado, no creo que el personaje le inspire agitar la respiración hoy en día. Definitivamente no es el caso pero recordé una preciosa lectura que hice hace años: "The Crime of Galileo", de Giorgio de Santillana, profesor del MIT; el texto trata de las dos condenas a Galileo Galilei con un lenguaje que evoca intrigas políticas contemporáneas al libro. En su capítulo sobre Roberto Bellarmino, menciona que Jacobo I llevaba frecuentemente consigo el devocionario "El Lamento de la Paloma", escrito por el santo, entonces cardenal; lo cual le parece al autor semejante a que por entonces (1960), el presidente de Estados Unidos se guiara por el "Qué Hacer" de Lenin, o el Secretario del PCUS revisara con regularidad las homilías de Dale Carnegie. Alguna vez escribiré en serio sobre las ventajas de leer las biblias que guían la fe del adversario.
En algún momento de su presentación inicial, Uribe se refirió a Lenín (así, como en la canción de Natalie), como un tipo acertado en una decisión que luego Stalin tiraría por la alcantarilla. Al político ruso, siendo un tipo tan poco recomendable de citar o seguir, lo he escuchado mencionar de tantas y tan curiosas maneras que tengo dificultades para entender por qué no lo han canonizado. La propaganda soviética, obviamente, lo citaba para cualquier cosa. Alguna vez tomé el texto de física de Frish y Timoreva, cuyo tomo sobre electromagnetismo trae un epígrafe antes del prólogo: "el comunismo es el poder de los soviets y la electrificación del país" Lenin (la horrorosa discusión acerca del relativismo filosófico al finalizar el capítulo de relatividad en el tomo de moderna es el colmo de la cuadrícula). Cuando había programado algún cotejo televisado muchas veces escuché decir en la Universidad: "como dijo Lenin, lo primero es el partido". Alguien me contó alguna vez sobre la tradicional asociación que hacen en Pasto con San Ignacio de Loyola, como relata la mademoiselle, aunque para mí pueden no ser botas de obrero sino de soldado, más afines a la vocación castrense del santico. El mochilento personaje de Jaime Garzón, John Lenin compañero, usaba la jocosa cercanía fonética y de momento cultural entre Lennon y don Illich en tiempos de sarampión latinoamericano. Cuando en la Constitución del 91 apareció la Expropiación por Vía Administrativa, Andrés Pastrana Arango, el afamado prologuista de las autobiografía del reputado actor Fernando Allende (este último derrocado por Augusto Pinochet en 1973, según el destacado comunicador javeriano Jorge Alfredo Vargas); declaró que ni a Lenin se le hubiera ocurrido ese artículo.
Realmente, aunque me han contado de posibles escarceos de Uribe con militancias de esas de pocas vocales en tiempos de su pregrado, no creo que el personaje le inspire agitar la respiración hoy en día. Definitivamente no es el caso pero recordé una preciosa lectura que hice hace años: "The Crime of Galileo", de Giorgio de Santillana, profesor del MIT; el texto trata de las dos condenas a Galileo Galilei con un lenguaje que evoca intrigas políticas contemporáneas al libro. En su capítulo sobre Roberto Bellarmino, menciona que Jacobo I llevaba frecuentemente consigo el devocionario "El Lamento de la Paloma", escrito por el santo, entonces cardenal; lo cual le parece al autor semejante a que por entonces (1960), el presidente de Estados Unidos se guiara por el "Qué Hacer" de Lenin, o el Secretario del PCUS revisara con regularidad las homilías de Dale Carnegie. Alguna vez escribiré en serio sobre las ventajas de leer las biblias que guían la fe del adversario.
1 comentario:
Excelente post. Finísimo el derrocamiento de Fernando Allende. Y el prólogo a su libro, debió ser la obra más desafiante que escribió Andresito; si es que lo escribió. Le quedaría seguramente mejor que los narcocassettes.
Yo también cuento en mi haber una pequeña indelicadeza al referirme a Lenin: comentando la hilarante imagen que tienen del comunismo en Pais Bizarro, escribí que los ejemplos con Lenin eran desafortunados, porque su importancia había sido más militar que ideológica.
Toda confrontación suficientemente larga tiene, a mi parecer, el inevitable resultado de volver a las dos partes enfrentadas cada vez más similares. El que se haga consciente de eso y actúe en consecuencia, tiene una ventaja tremenda.
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