El Tiempo es el periódico de mayor circulación en Colombia, el que más pauta publicitaria vende y la cara principal de una poderosa empresa mediática, con gran influencia en la política de la ciudad de Bogotá, donde se mueve la tajada principal de la economía nacional. Tras la debacle financiera de su único competidor en la escala nacional, el aun más antiguo El Espectador (víctima de la guerra que le hizo Pablo Escobar Gaviria asesinando a su director - Guillermo Cano - impulsando un veto de anunciantes acatado por muchos de los guardianes actuales de la moral y objeto de un salvaje atentado con bomba; luego rematado por las erróneas prácticas administrativas de los herederos), quedó sin contrapeso en su escala de influencia. Los apellidos Santos y García-Peña están asociados con columnas editoriales que han sido vistas desde hace décadas como las portadoras de la línea del establecimiento, de los caminos que debe tomar la política.
Desde la década de los setentas y hasta bien entrados los noventas la capitanía del diario estuvo en manos de los hermanos Enrique y Hernando Santos Castillo, quienes determinaban al detalle cada contenido de ese medio, llegando incluso a prácticas corruptas como la modificación del texto en una caricatura, sin siquiera consultarlo a su autor (así terminó la época del caricaturista Vladdo en ese periódico). La nueva generación de los Santos ya escribía. Enrique Santos Calderón venía de dirigir la revista Alternativa, hito de la prensa izquierdista en Colombia y obsesión crónica de algunos, mientras su columna "Contraescape" representaba la nota disonante de la línea familiar, aunque fue llegando a una convergencia óptima con padre y tío para el momento del relevo (uno de los dos decidió morir castrista). Rafael Santos y Guillermo Santos, buenos seguidores de la línea de los viejos, también sacaban sus notas sobre política y sobre el negocio de la tecnología (bueno, artículos sobre cómo quitarle la protección contra escritura a un disco flexible o cosas así de elevadas) respectivamente. Juan Manuel Santos, pésima pluma, comenzó su carrera de político, la cual ha sido exitosa siempre y cuando él no sea el candidato a nada. Pero faltaba uno, el que se suponía que solo servía para gastarse la plata de la familia en rumba y consumos colaterales, el que nunca sonaba por sus escritos.
Francisco Santos Calderón, el de la voz chillona y el tonito altanero de gomelo del norte, siempre alterado y con síndrome del conejo. Se volvió importante cuando fue secuestrado por "los extraditables", aparato armado del Cártel de Medellín. A diferencia de Diana Turbay, fue uno de esos secuestrados ilustres que Pablo devolvió vivos de manera incruenta (como con Andrés Pastrana Arango, quien - investido de heroísmo mientras se opacaba el horrendo asesinato del Procurador General Carlos Mauro Hoyos - salió del secuestro a ganar la primera alcaldía por elección popular en Bogotá). En la larga entrevista de una página publicada por El Tiempo cuando lo soltaron, 'Pacho' relataba que el día de su rapto preguntó a uno de los secuestradores si eran del narcotráfico o de la guerrilla, a lo cuál el tipo le contestó que cuál prefería; el narcotráfico, contestó.
Luego vino su gesta en el activismo contra el delito del secuestro, la creación de la Fundación País Libre y la primera ley de iniciativa popular (si mal no estoy, la única) expedida por el Congreso. La dura ley, que ataba las manos de los familiares de los secuestrados para pagar rescates, terminó por caer. Sin embargo, el mejor momento del éxito político de Santos vino en la segunda mitad de los noventas. La imagen de su ONG como el negativo de aquellas de derechos humanos que solo veían las barbaridades cometidas por el lado del Estado y sus colaboradores, fue transformada por una actitud flexible en algunas discusiones y actos concretos. En una seguidilla de marchas que se realizaron en varias ciudades en 1997, la postura oficial de los organizadores era que no solo se protestaba contra el secuestro sino contra otras modalidades de privación ilegal de la libertad, fueran causadas por grupos armados ilegales, delincuencia común, agentes estatales o autores desconocidos.
Yo estuve en la que se hizo en Bogotá y, aunque había arengadores de la postura ultraderechista, lo que se vio en la tarima fue un ejemplo de ponderación. Un sacerdote de la Catedral Primada hizo una intervención muy sensata que anuló el efecto propagandístico que oportunistas como Pablo Victoria querían darle cuando gritaban hacia donde estaban las pancartas de Fedegan (que era donde yo estaba). Hubo intervenciones de familiares de víctimas con distintos tipos de victimarios. Secuestrados por la guerrilla, familiares de Alfonso Cano secuestrados por paramilitares, plagiados por la delincuencia común, desaparecidos por fuerzas del Estado y el terrible rapto de una menor de quien no se sabía nada. Yo estaba impresionado por la altura y la claridad de los organizadores, pero Pacho la regó, como dicen en México. En su turno de palabra dijo que tenía un mensaje para quienes decían que la sociedad civil no existía o no servía para nada: que esa marcha ya había obtenido el primer resultado. Dijo que lo acababa de llamar Carlos Castaño al celular, que no sabía cómo había obtenido el número (bueno, para que supiera que no era una pega, mínimo lo tenía en sus contactos), pero que como una forma de saludar esa manifestación había decidido liberar a los familiares de Cano.
A pesar de haber opinado varias veces de otra manera, Santos se vinculó a la campaña de Álvaro Uribe a la presidencia, lo cual le generó cierta distancia pública con algunos de sus familiares en el periódico. Su tono alterado, que debe mantener con el Cristo en la boca a su cardiólogo, ha sido recurrente cuando emprende guerras santas contra los detractores del gobierno. Ahora que lo pienso, he visto más inteligencia en las subidas de voz y jugadas pendencieras del propio Uribe. La vez que paró al tipo de AI en España fue de quitarse el sombrero, incluso Carolina Barco se lució. Pero Pacho parece que no es como ciertos tartamudos que conocí, brillantes para el lenguaje escrito como compensación. Su mediocre prosa escrita no es complementada con habilidades oratorias ni argumentativas. Su último lapsus linguae es de antología y por eso escribo hoy acerca de él.
1 comentario:
Muy buen post,me tome el atrevimiento de linkearlo en mi blog, un saludo.
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