Alguien cercano a mí escuchaba recientemente los reclamos de los profesores de sociales de un colegio contra los programas de estímulo a la formación técnica. En algún espasmo de vehemencia terminaban reivindicando el 'humanismo', como el valor sacrificado en tales proyectos. Mi fuente les disparó una pregunta: "¿profesores, ustedes conocen algo más humanista que una lavadora?". Está visto que los moluscos no andan componiendo lieders, pero tampoco publican en Nature ni leen Popular Mechanics, ni escriben libros (de hecho un título que parece introducir las memorias de un cefalópodo lo hizo una de nuestra especie).
Ese cliché casi fascista que algunos han fabulado acerca de las ciencias 'exactas' (incluso la exactitud se la fetichizan), presentándolas como grises, planas, maléficas y yermas en materia de experiencias hedónicas o estéticas; pisotea con su torpeza miríadas de grandes y pequeños bellos gestos y momentos esenciales de nuestra experiencia humana.
Se celebra el aniversario 50 del Sputnik, el primer satélite artificial y uno de los grandes protagonistas de la fascinante aventura global del Año Geofísico Internacional, antecedente clave de lo que en una época se llamó la Revolución de las Ciencias de la Tierra, secuencia de sucesos después de la cual perdimos la inocencia acerca de la estabilidad del fondo oceánico y su contorno, se emprendieron los primeros esfuerzos exitosos por establecer correlaciones y causalidad entre los fenómenos de la tierra sólida, la líquida y la gaseosa y se hicieron ambiciosas aproximaciones al modelo de planeta en toda su escala, algo así como volver a descubrir su redondez y su tamaño a los ojos de la geología, la geofísica, la oceanografía y la meteorología.
Cartografiar el fondo del océano, explorar la composición de la atmósfera cada vez más alto, estallar grandes cargas para conocer mejor el subsuelo profundo, desarrollar redes sismológicas globales y otras tareas centrales del gran proyecto cambiaron la forma de pensar de mucha gente e impactaron la cultura y la economía.
Y sucesos como el del Sputnik generaron también acontecimientos cargados de estética y de magia:
Ese cliché casi fascista que algunos han fabulado acerca de las ciencias 'exactas' (incluso la exactitud se la fetichizan), presentándolas como grises, planas, maléficas y yermas en materia de experiencias hedónicas o estéticas; pisotea con su torpeza miríadas de grandes y pequeños bellos gestos y momentos esenciales de nuestra experiencia humana.
Se celebra el aniversario 50 del Sputnik, el primer satélite artificial y uno de los grandes protagonistas de la fascinante aventura global del Año Geofísico Internacional, antecedente clave de lo que en una época se llamó la Revolución de las Ciencias de la Tierra, secuencia de sucesos después de la cual perdimos la inocencia acerca de la estabilidad del fondo oceánico y su contorno, se emprendieron los primeros esfuerzos exitosos por establecer correlaciones y causalidad entre los fenómenos de la tierra sólida, la líquida y la gaseosa y se hicieron ambiciosas aproximaciones al modelo de planeta en toda su escala, algo así como volver a descubrir su redondez y su tamaño a los ojos de la geología, la geofísica, la oceanografía y la meteorología.
Cartografiar el fondo del océano, explorar la composición de la atmósfera cada vez más alto, estallar grandes cargas para conocer mejor el subsuelo profundo, desarrollar redes sismológicas globales y otras tareas centrales del gran proyecto cambiaron la forma de pensar de mucha gente e impactaron la cultura y la economía.
Y sucesos como el del Sputnik generaron también acontecimientos cargados de estética y de magia:
La noche del Sputnik
Señor Director:
Qué emocionante la nota de Sergei, hijo de Nikita Kruschev (30-09-07). Es increíble que en Rusia no tuviera importancia el lanzamiento del primer satélite, mientras que aquí, en Usaquén, mi mamá nos levantó a medianoche para ver pasar el Sputnik. Yo tenía 5 años. La noche estaba clarísima; el cielo, estrellado, y el frío encartonaba la pijama y congelaba los pies. Esperamos un largo rato mirando hacia arriba. Yo tiritaba. Mi mamá decidió que saliéramos al potrero del frente para que los eucaliptos no taparan la visibilidad. Esperamos y esperamos temblando entre el húmedo pastizal a que pasara el satélite iluminado, pero salió la luna y aclaró la noche.
"Con tanta claridad no lo vamos a poder ver", nos explicó mamá. "Pero los rusos van a pintar la luna de rojo. No toda, claro, pero sí un pedazo para mostrar que ellos llegaron antes que los gringos", dijo mientras nos besaba y nos daba las buenas noches. Esa noche no pude dormir pensando en ese 'esputnic' que le daba vueltas a la Tierra, redondo y con antenas como chuzos, igual al erizo que habíamos visto en la playa de Cartagena.
Alexandra Samper
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