A propósito de un post que leí y comenté ayer, doy una peregrina primera evaluación de la primera jornada de operación del Transmilenio con la nueva nomenclatura. En realidad lo utilicé por la tarde, pero fui escuchando testimonios de conocidos que lo padecieron durante el día. Hubo gran confusión y congestión, los encargados de suministrar información estaban poco familiarizados con el farragoso folletico y la actitud general de los usuarios fue de desconcierto y molestia. Un reclamo general fue que no habían avisado, lo cual es cierto a medias. Desde hace dos semanas repartieron folletos anunciando la partición en zonas, pero el plegable grandote con los nombres y recorridos de las nuevas rutas no lo repartieron hasta el viernes 28 por la noche, lo cual es una imprevisión inaceptable. Por supuesto no faltaron los reclamos salidos de tono. Sobre la oferta de rutas, anticipo una gran disfuncionalidad. Solo hay tres rutas corrientes, dos de las cuales usan la avenida Caracas. Hay un montón de combinaciones de rutas para los expresos, incluidas las de horas pico, aunque falta ver cómo responden a la demanda de los días laborables. A propósito, Transmilenio sigue partiendo de la suposición de que el sábado por la mañana no hay hora pico de gente saliendo a trabajar o a clase y la oferta de buses sigue siendo vergonzosa. Loable que extiendan la operación de algunos expresos de los sábados hasta las 11:00 pm, pero lamentable que otros dejen de operar a las 9:00 pm. Sigo pendiente de ver cuál es la pertinencia de la compleja intersección de la Escuela Militar, ya que no hay corrientes que usen la 80 y la 30, como tampoco expresos dominicales que lo hagan, ni que unan la sección de la Suba con la 30. Espero acostumbrarme pero sigue siendo confuso, sobre todo en estaciones de transferencia, en qué modulo se esperan las de cuál destino. Los genios de la electrónica (digamos que de la lógica digital), que manejan los tableritos electrónicos con la información de las rutas, tienen mucho por arreglar al sistema. La gente de Misión Bogotá vivió una de sus más horrorosas jornadas, el estrés que vi en los que me asistieron era notorio y al parecer, la actitud de mi amado pueblo colombiano, hizo las cosas un poco más tortuosas. No soy amigo de justificar la incompetencia ni las iniquidades de los que gobiernan o administran. Sigo pensando que TM fue una jugada muy agalluda de un político que se hizo campaña con dineros de la ciudad, dejando los costos de su improvisación a los que siguieron; pero quiero comentar algo sobre nuestra vena vernácula para protestar y oponernos a todo y quejarnos de cualquier cosa. En enero vi una escena muy deprimente en el túnel de transferencia de la carrera 30 con calle 13. En medio de un aguacero eterno, por las razones que sean, se presentó una inundación de varios centímetros de profundidad, que causó un terrible atascamiento de personas en cada extremo del pasillo afectado. Empleados de TM se pusieron las botas pantaneras e improvisaron unos caminos con ladrillos y tablas, por los dos costados. Cuando yo llegué al lugar vi gente quieta en ambos senderos, porque no hubo acuerdo sobre cuál se usaría para desplazarse en cuál sentido y en ambos quedaron personas enfrentadas; vi también la impotencia de los empleados suplicándole a la gente que se devolviera para organizar el asunto. Como tenía la alternativa de devolverme y usar una ruta alterna, no me quedé a ver más ese patético cuadro, pero sí escuché que no era la primera vez y luego supe que no fue la última.
Los errores de diseño del túnel, o las consecuencias de un alcantarillado mal diseñado, o mal usado (hay gente que reclama agresiva porque no limpian las alcantarillas, pero guarda manso silencio cuando ve a alguien botar basura en las calles), o algún extraño capricho no causal de la hidrogeología bogotana; cualesquiera que hayan sido los motivos de la inundación, no son tan preocupantes como nuestra incapacidad de superar un problema práctico como ese. En Plaza Sésamo vi varios sketches sobre la palabra cooperar y hay cosas que son obvias para un niño. Pienso en qué sería de un país como Japón habitado por gente así. Todo el tiempo renegando por la poca área, por la geología tan inestable, por ese Océano Pacífico tan fastidioso y presto a lanzar tsunamis, por la maldita atmósfera y sus tifones, por no tener una pinche cuenca sedimentaria para sacar hidrocarburos. Pienso en la eventualidad de manejar una emergencia como la del terremoto que esperamos, con necesidades apremiantes de auxilio para las personas en medio de protestadores redactando tutelas y vociferando quejas. Eso hay que revisarlo.
domingo, abril 30, 2006
sábado, abril 29, 2006
El tetra fluoruro
El político Fernando Cepeda Ulloa comentó en televisión hace unos meses que era equivocada la táctica de los rivales de Uribe de atacarlo, en lugar de buscar ascender en las encuestas por destacar lo méritos propios o algo así. No debe ser fácil la posición de quienes buscan una audiencia y una recepción de sus propuestas en medio de un ambiente tan singular. Pienso que Cepeda tiene razón , en el sentido de que esos dardos refuerzan la imagen de impotencia de quienes quieren arañar la soberbia de un proyecto que atraviesa su apogeo, al menos en materia de euforia y éxito político.
Es difícil también convivir con la bravuconada de los seguidores del mesías, pues refleja de manera odiosa ese oxímoron de quienes reivindican a su redentor como el portador del arribo final del respeto a la ley en este muladar lleno de parias, mientras violan alegremente muchos preceptos legales relacionados con el respeto al buen nombre de las personas y otros por el estilo. Un ministro (además profesor de derecho de una prestigiosa universidad) que reivindica legalmente derechos de empleado derivados de un contrato de servicios, maquillaje de noticias de orden público con fines propagandistas, difamación de un candidato de oposición y utilización de material moralmente cuestionable en una página de campaña política... son algunos casos de 'pecadillos' admisibles.
Cuando se identificó al candidato Uribe, más de cuatro años atrás, con una especie de tendencia de extrema derecha, yo ya no me colgaba tan fácil a ese tipo de buses ideológicos. Carlos Gaviria, por quien no voy a votar y con quien no me identifico políticamente, comentó en una entrevista que era recomendable releer El Miedo a la Libertad, de Erich Fromm. Uno frunce el escepticismo cuando escucha hipótesis que asocian determinadas corrientes políticas colombianas con situaciones tan caracterizadas como fue el gobierno del nazismo en la Alemania de los treintas y cuarentas. De hecho, nuestro más conspicuo admirador del fascismo, era tan consecuente en su mentalidad autoritaria que también tenía buenos pensamientos para Stalin. Pero fui a mi biblioteca y repasé el texto que me regaló una 'amiga secreta' un 17 de septiembre. Me impactó que Fromm enfatiza en que el tema no eran las locuras del dictador ni sus movidas políticas, sino el suelo fértil que encontró su liderazgo en una forma extendida de ver las cosas por parte de la sociedad. Es claro que aquí no hay camisas pardas, ni noche de los cuchillos largos ni soluciones finales. Nada de lo terrible que pasa a diario se sale de la escala de nuestra perniciosa tragedia de todo el tiempo precedente. Pero sí hacen carrera la ceguera y la sordera de los iluminados que sienten que la mayoría los legitima.
Es difícil también convivir con la bravuconada de los seguidores del mesías, pues refleja de manera odiosa ese oxímoron de quienes reivindican a su redentor como el portador del arribo final del respeto a la ley en este muladar lleno de parias, mientras violan alegremente muchos preceptos legales relacionados con el respeto al buen nombre de las personas y otros por el estilo. Un ministro (además profesor de derecho de una prestigiosa universidad) que reivindica legalmente derechos de empleado derivados de un contrato de servicios, maquillaje de noticias de orden público con fines propagandistas, difamación de un candidato de oposición y utilización de material moralmente cuestionable en una página de campaña política... son algunos casos de 'pecadillos' admisibles.
Cuando se identificó al candidato Uribe, más de cuatro años atrás, con una especie de tendencia de extrema derecha, yo ya no me colgaba tan fácil a ese tipo de buses ideológicos. Carlos Gaviria, por quien no voy a votar y con quien no me identifico políticamente, comentó en una entrevista que era recomendable releer El Miedo a la Libertad, de Erich Fromm. Uno frunce el escepticismo cuando escucha hipótesis que asocian determinadas corrientes políticas colombianas con situaciones tan caracterizadas como fue el gobierno del nazismo en la Alemania de los treintas y cuarentas. De hecho, nuestro más conspicuo admirador del fascismo, era tan consecuente en su mentalidad autoritaria que también tenía buenos pensamientos para Stalin. Pero fui a mi biblioteca y repasé el texto que me regaló una 'amiga secreta' un 17 de septiembre. Me impactó que Fromm enfatiza en que el tema no eran las locuras del dictador ni sus movidas políticas, sino el suelo fértil que encontró su liderazgo en una forma extendida de ver las cosas por parte de la sociedad. Es claro que aquí no hay camisas pardas, ni noche de los cuchillos largos ni soluciones finales. Nada de lo terrible que pasa a diario se sale de la escala de nuestra perniciosa tragedia de todo el tiempo precedente. Pero sí hacen carrera la ceguera y la sordera de los iluminados que sienten que la mayoría los legitima.
Qué ambiente más maluco
El asesinato de la hermana del ex presidente liberal César Gaviria le sube el ambiente de muertes violentas inoportunas a la elección presidencial de mayo. El gobierno sabe que tiene que jugársela en su reacción al suceso, pues medio mundo está pendiente de las señales que se envíen al respecto durante las próximas semanas. Mirando el rosario de hipótesis sobre los autores del crimen, publicado por El Tiempo, queda uno inquieto por el ambiente de seguridad realmente existente en una localidad tan importante y alrededor de la familia de un protagonista tan conocido en la política. Con todas las tribulaciones que se han vivido durante los últimos dieciseis años, hacía rato que el homicidio no tenía tanto protagonismo en las postrimerías de las elecciones.
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viernes, abril 21, 2006
Reggaetón
El otro día leí en El Malpensante una nota sobre la muerte de la salsa, ratificada por el actual furor que este ritmo genera en París. Terminaba el boricua hablando sobre cómo el reggaetón era el responsable actual de transmitir el ambiente de la calle y las pandillas, de hablar en lenguaje de barrio sobre el sexo y las armas y el malevaje.
Hay quien dice que el desprecio que uno tiene contra esa forma tan acerba de expresión es el mismo que otros tradicionalistas en su momento usaron contra los temas de Héctor Lavoe, o la gran tradición del tango (pienso ahora en aquellos que fueron bolerizados por Rolando Laserie). Bueno y sí, pero no. Aunque hay un aire común en las novelas de Dickens, las historias de gangsters o las del Oeste, tangos, blues, la descomunal Gangs of New York y otras creaciones; aun en esa sublimación de la anomia hay algo de - para no decir moralidad - estilo, de mística.
Además de todo, trabajo. Detrás de lograr ciertas armonías, de impresionar con potentes voces, hubo un esmero y una exigencia diferentes a los rítmicos resuellos de la corista de 'La Quemona'.
No soy padre de familia ni ando en campañas por la moralidad, ni por la defensa de la virtud de las niñas (como si la de los niños fuera menos importante); pero es evidente que el éxito avasallador de estas letras y temas en gente menor de diez años habla muy mal de la condición y las perspectivas de ese sector, reencarna cavernarias posturas acerca de las relaciones de género y promueve admiración por un estilo de vida y unos valores retardatarios vestidos de modernidad.
El reggaetón pasará, esa es la buena noticia, la mala es que será reemplazado por algo peor.
Hay quien dice que el desprecio que uno tiene contra esa forma tan acerba de expresión es el mismo que otros tradicionalistas en su momento usaron contra los temas de Héctor Lavoe, o la gran tradición del tango (pienso ahora en aquellos que fueron bolerizados por Rolando Laserie). Bueno y sí, pero no. Aunque hay un aire común en las novelas de Dickens, las historias de gangsters o las del Oeste, tangos, blues, la descomunal Gangs of New York y otras creaciones; aun en esa sublimación de la anomia hay algo de - para no decir moralidad - estilo, de mística.
Además de todo, trabajo. Detrás de lograr ciertas armonías, de impresionar con potentes voces, hubo un esmero y una exigencia diferentes a los rítmicos resuellos de la corista de 'La Quemona'.
No soy padre de familia ni ando en campañas por la moralidad, ni por la defensa de la virtud de las niñas (como si la de los niños fuera menos importante); pero es evidente que el éxito avasallador de estas letras y temas en gente menor de diez años habla muy mal de la condición y las perspectivas de ese sector, reencarna cavernarias posturas acerca de las relaciones de género y promueve admiración por un estilo de vida y unos valores retardatarios vestidos de modernidad.
El reggaetón pasará, esa es la buena noticia, la mala es que será reemplazado por algo peor.
miércoles, abril 19, 2006
La ciudad
Hoy recordé un viaje y una imagen. El paso en planchón a través de un río del piedemonte casanareño junto a un caserío, más bien un billar con casitas al lado. Eso fue hace años y por entonces ya tenía grabado ese prejuicio frente a la vida provinciana, según el cual la gente de los pueblitos no hace otra que jugar billar y ver pasar las horas. Con el tiempo se fue erosionando esa impresión, al ver detalles que no eran tan distintivos frente a cierta vida de barrio que conocí y al conocer más sobre algunas regiones.
A veces pienso que la visión romanticona que uno tiene frente al paisaje rural, lo es más por el apego que uno tiene a la vida citadina. El viaje vacacional y el contacto con la topografía, la humedad y los olores biodiversos son más sensuales cuanto más contrastan con la pesadez de la ciudad. Pero uno les pone más lirismo por su cine raro y su biblioteca grande y el café donde le ponen nombre raro hasta a la agüepanela. Con el agua escorrentía de aquí toda con vocación de cloaca, con quebradas secas, resulta más mixtificante el canto de un río bien torrentoso o el espectáculo de una cascada. Y en muchos sitios de esos el ambientalista es uno, porque sabe que esas cosas pueden hacer falta; el lugareño las asume como perennes.
Mi vida, sin embargo, es caminar rápido y con método, con las coordenadas marcadas en plaquitas cada diez metros o menos (claro que las corren y las vuelven a acomodar como la geomorfología de cien mil años corrida en cámara rápida en cinco años), calcular anticipadamente las distancias que voy a tomar con otros transeúntes cuyo aspecto juzgo. Llenar mi cerebro de sonidos sistematizados, rumores, novedades, frivolidad y trascendencia. Además de todo, apegos.
A veces pienso que la visión romanticona que uno tiene frente al paisaje rural, lo es más por el apego que uno tiene a la vida citadina. El viaje vacacional y el contacto con la topografía, la humedad y los olores biodiversos son más sensuales cuanto más contrastan con la pesadez de la ciudad. Pero uno les pone más lirismo por su cine raro y su biblioteca grande y el café donde le ponen nombre raro hasta a la agüepanela. Con el agua escorrentía de aquí toda con vocación de cloaca, con quebradas secas, resulta más mixtificante el canto de un río bien torrentoso o el espectáculo de una cascada. Y en muchos sitios de esos el ambientalista es uno, porque sabe que esas cosas pueden hacer falta; el lugareño las asume como perennes.
Mi vida, sin embargo, es caminar rápido y con método, con las coordenadas marcadas en plaquitas cada diez metros o menos (claro que las corren y las vuelven a acomodar como la geomorfología de cien mil años corrida en cámara rápida en cinco años), calcular anticipadamente las distancias que voy a tomar con otros transeúntes cuyo aspecto juzgo. Llenar mi cerebro de sonidos sistematizados, rumores, novedades, frivolidad y trascendencia. Además de todo, apegos.
martes, abril 18, 2006
Transmalenio
Esta semana operó el primer nuevo portal de la llamada Fase II del sistema integrado de transporte masivo, 'Transmilenio'. La operación de grandes tramos en obra gris y obra negra ha dado qué hablar a periodistas y opinadores. Hubo retrasos enormes en la ejecución y fuertes deficiencias en el diseño, como se nota en el espaciamiento de las estaciones y la forma infortunada de resolver algunos cruces.
Transmilenio es la política pública en Bogotá. Es el símbolo de la ilusión modernizadora y se supone que tiene que dar votos. Así como media Bogotá consciente odiará por siempre a Andrés Pastrana por la 'Troncal de la Caracas' y el puente de la 92; todo mundo quiere ser bañado por la gloria de haber contribuido a mejorar la vida de los bogotanos (cuando siento que vivir en esta ciudad cansa, hago largas colas, espero con paciencia y me embuto en los buses rojos, a ver si con eso mejoro mi calidad de vida). Todo comenzó con una acción decidida: un alcalde genial tomó el dinero de la Avenida Longitudinal de Occidente y lo metió en hacer los primeros tramos, además de casar el presupuesto de muchas vigencias futuras con el desarrollo de las fases posteriores y difuminando su recién creado refuerzo grande a la presencia policial en el centro (¡había vuelto segura la Plaza de los Mártires!), para la seguridad de las estaciones y el recorrido. Su sucesor adelantó los prolegómenos de la segunda fase y salió con la ocurrencia de pasar los pesados articulados por el gran albañal-monumento de la Jiménez (la misma avenida que una concejala indígena pretendió rebautizar, de acuerdo con su sesudo y estratégico plan de mejoramiento de la ciudad). También enfrentó el primer asalto con los transportadores insurrectos, proponiendo a estos que negociaría si previamente le rendían una especie de homenaje posmoderno. Un reputado mono medió entonces a través un fallo.
La campaña para la siguiente alcaldía estuvo asediada por el fantasma del supuesto descarrilamiento que el alcalde de las cejas saltarinas impondría al plan estratégico de redención de la ciudad. En un arrebato de gorilismo político, que yo no veía desde los setentas, se llegó a dispersar volantes desde helicópteros buscando impedir el inevitable triunfo por la vía de la difamación. Tanta antipatía fue ejemplarmente castigada en las urnas, pero vino lo maluco. La línea luchista del llamado Polo, coalición que ganó la alcaldía, tenía claro que era necesario afirmar cosas buenas acerca del Transmilenio, pero algunos de los concejales - con compromisos previos con empresarios de transporte - dieron espectáculos que sacaron a la luz la fragilidad de la amalgama izquierdoide.
Por otro lado, el estilo de la actual administración parece no saber lo que es poner una multa por retrasos a los contratistas; los grandes ganadores del proyecto, pues reciben el dinero por las obras hechas al principio, mientras los demás jugadores cargan con el riesgo de un eventual colapso por inviabilidad económica. A esto se le suma que las losas de la Caracas comenzaron su tendencia exponencial creciente (de la forma f(t)=A*exp(B*t), con B>0 ^ A>0; nota para Parodys) de resquebrajamiento, justo a tiempo para dar bautizo de escándalo al inexperto alcalde; desplazando largas sumas del presupuesto distrital a reponer aquello por lo cual ningún contratista quiso responder (sin contar con los ladrillos de Salmona, puestos en un corredor que le dijeron que iba a ser peatonal, para luego salirle con chistes). Luego vino la ejecución accidentada de los contratos de la Fase II y la batalla política por la planificación de la III; en la cual se fincan muchas expectativas de inversionistas que apostaron por la versión peñalosista del POT.
Personalmente, creo que Transmilenio es una buena ira de Dios contra algunos viejos acaparadores del transporte público de Bogotá y un inmerecido monopolio para otros de los mismos. Soy un usuario consciente de ese servicio (uso los expresos solo para recorridos largos, no me quedo atascando la puerta si puedo pasar al pasillo, no robo, cedo el puesto a quienes tienen prioridad y conmino a otros para que actúen así). Mi inconformidad con las verdaderas aspiraciones de los duros y sus movidas no me quita lo ciudadano. Pienso, eso sí, que hay que abandonar los términos transmilenaristas del debate sobre el futuro de Bogotá.
Transmilenio es la política pública en Bogotá. Es el símbolo de la ilusión modernizadora y se supone que tiene que dar votos. Así como media Bogotá consciente odiará por siempre a Andrés Pastrana por la 'Troncal de la Caracas' y el puente de la 92; todo mundo quiere ser bañado por la gloria de haber contribuido a mejorar la vida de los bogotanos (cuando siento que vivir en esta ciudad cansa, hago largas colas, espero con paciencia y me embuto en los buses rojos, a ver si con eso mejoro mi calidad de vida). Todo comenzó con una acción decidida: un alcalde genial tomó el dinero de la Avenida Longitudinal de Occidente y lo metió en hacer los primeros tramos, además de casar el presupuesto de muchas vigencias futuras con el desarrollo de las fases posteriores y difuminando su recién creado refuerzo grande a la presencia policial en el centro (¡había vuelto segura la Plaza de los Mártires!), para la seguridad de las estaciones y el recorrido. Su sucesor adelantó los prolegómenos de la segunda fase y salió con la ocurrencia de pasar los pesados articulados por el gran albañal-monumento de la Jiménez (la misma avenida que una concejala indígena pretendió rebautizar, de acuerdo con su sesudo y estratégico plan de mejoramiento de la ciudad). También enfrentó el primer asalto con los transportadores insurrectos, proponiendo a estos que negociaría si previamente le rendían una especie de homenaje posmoderno. Un reputado mono medió entonces a través un fallo.
La campaña para la siguiente alcaldía estuvo asediada por el fantasma del supuesto descarrilamiento que el alcalde de las cejas saltarinas impondría al plan estratégico de redención de la ciudad. En un arrebato de gorilismo político, que yo no veía desde los setentas, se llegó a dispersar volantes desde helicópteros buscando impedir el inevitable triunfo por la vía de la difamación. Tanta antipatía fue ejemplarmente castigada en las urnas, pero vino lo maluco. La línea luchista del llamado Polo, coalición que ganó la alcaldía, tenía claro que era necesario afirmar cosas buenas acerca del Transmilenio, pero algunos de los concejales - con compromisos previos con empresarios de transporte - dieron espectáculos que sacaron a la luz la fragilidad de la amalgama izquierdoide.
Por otro lado, el estilo de la actual administración parece no saber lo que es poner una multa por retrasos a los contratistas; los grandes ganadores del proyecto, pues reciben el dinero por las obras hechas al principio, mientras los demás jugadores cargan con el riesgo de un eventual colapso por inviabilidad económica. A esto se le suma que las losas de la Caracas comenzaron su tendencia exponencial creciente (de la forma f(t)=A*exp(B*t), con B>0 ^ A>0; nota para Parodys) de resquebrajamiento, justo a tiempo para dar bautizo de escándalo al inexperto alcalde; desplazando largas sumas del presupuesto distrital a reponer aquello por lo cual ningún contratista quiso responder (sin contar con los ladrillos de Salmona, puestos en un corredor que le dijeron que iba a ser peatonal, para luego salirle con chistes). Luego vino la ejecución accidentada de los contratos de la Fase II y la batalla política por la planificación de la III; en la cual se fincan muchas expectativas de inversionistas que apostaron por la versión peñalosista del POT.
Personalmente, creo que Transmilenio es una buena ira de Dios contra algunos viejos acaparadores del transporte público de Bogotá y un inmerecido monopolio para otros de los mismos. Soy un usuario consciente de ese servicio (uso los expresos solo para recorridos largos, no me quedo atascando la puerta si puedo pasar al pasillo, no robo, cedo el puesto a quienes tienen prioridad y conmino a otros para que actúen así). Mi inconformidad con las verdaderas aspiraciones de los duros y sus movidas no me quita lo ciudadano. Pienso, eso sí, que hay que abandonar los términos transmilenaristas del debate sobre el futuro de Bogotá.
miércoles, abril 12, 2006
"Política"
Contrario al fatalista tono que sugieren el nombre y las expectativas de este espacio, no puedo afirmar que la política decae; más bien desarrolla su perversidad. Por ejemplo, la pasividad general con la cual se encuentra el cuestionamiento actual al presidente candidato Álvaro Uribe, evoca formas complacientes y tradicionales que uno quisiera que la gente superara (ella solita, no estamos para buscarnos crucifixiones, tampoco). La moraleja preliminar es que, para la inmensa masa seguidora del mesías antioqueño, no hay mancha tan horrible que pueda quebrantar su fe. Me recuerda uno de los dichos de un profesor santandereano que tuve en el colegio: "a mí qué niño muerto ni que monja embarazada ni qué cura revolucionario". Me incomoda aceptarlo, pero es mejor no llamarse a engaños: existe una gran proporción de colombianos, habilitada para votar, que no encuentra cuestionable o deshonrosa la idea de que el actual gobierno haya favorecido la instalación en la legalidad y la legitimación de una parte de la mafia de simpatías antisubversivas.
La actual situación pone también de presente la languidez del partido liberal y su candidato, ya que - por fuera del eco que han dado los medios al asunto - su denuncia parece la de un loquito a quien nadie le pone atención. Ese acorralamiento es notorio también en los otros candidatos. Tal vez la gran diferencia es que esta vez el redentor, que nunca contesta y se reserva el derecho de no debatir (pues confía en su carisma y en su sino glorioso), sacó la labia agresiva contra sus detractores, con un estilo deplorable que - de todos modos - es explotable en la empresa de mantener el entusiasmo de su grey.
Por supuesto, tanta idolatría termina por convertirse en resaca, ojalá que pronto y al mínimo costo.
La actual situación pone también de presente la languidez del partido liberal y su candidato, ya que - por fuera del eco que han dado los medios al asunto - su denuncia parece la de un loquito a quien nadie le pone atención. Ese acorralamiento es notorio también en los otros candidatos. Tal vez la gran diferencia es que esta vez el redentor, que nunca contesta y se reserva el derecho de no debatir (pues confía en su carisma y en su sino glorioso), sacó la labia agresiva contra sus detractores, con un estilo deplorable que - de todos modos - es explotable en la empresa de mantener el entusiasmo de su grey.
Por supuesto, tanta idolatría termina por convertirse en resaca, ojalá que pronto y al mínimo costo.
domingo, abril 09, 2006
¡Mataron al doctor Gaitán!
Hoy es 9 de abril. En 1948, para la misma fecha y culminada la Conferencia Panamericana que dio origen a la Organización de Estados Americanos (OEA), fue asesinado el político liberal Jorge Eliécer Gaitán, a lo cual siguió un levantamiento masivo y desordenado que culminó con una matanza nunca dimensionada y la destrucción de buena parte del centro histórico de Bogotá. Las siguientes semanas se presentaron pequeñas y grandes insurrecciones en poblaciones de Cundinamarca, el Magdalena Medio y otras regiones. Alguien escribió que ese fue el comienzo del siglo XX para Colombia, aludiendo a que aquí no se presentaban grandes conmociones y que ya nada fue como antes.
El Bogotazo es una referencia obligada de la historia de las violencias en Colombia. Las izquierdas tienden a presentar una supuesta continuidad entre las guerrillas liberales de los tiempos que siguieron a ese acontecimiento y su propia acción, contando ese homicidio entre las afrentas que les debe la historia. Cierto sector del Partido Conservador, del cual era opositor el caudillo asesinado, insiste en la leyenda de que la presencia de Fidel Castro en Bogotá obedecía a la responsabilidad de la Conspiración Comunista Internacional en el crimen.
Gaitán fue uno de esos personajes moldeados por esa época loca de los años veintes. Pasó por la política estudiantil como universitario y estudió en Italia, para volver como gran líder y agitador, temido penalista y congresista memorable. Su paso por la Alcaldía de Bogotá terminó en estruendoso fracaso y su restante carrera política se vio afectada por la división interna de su partido y la reanudación de la violencia partidista, especialmente en las provincias. La imagen del líder revolucionario amado por las masas ha hecho de él un ícono gustador a las izquierdas. Quienes han escudriñado en su pensamiento político y económico se estrellan con un populismo nada liberal (y remotamente socialista) y con cierto dejo traído de las corrientes que dominaron a Italia en los años posteriores a su retorno a Colombia.
Escribí sobre el tema, después de pensar un rato sobre una desafortunada justificación para una bestialidad ocurrida hace un par de días en Bogotá. La excusa historicista, aun seductora para algunos, suena tanto más estridente en medio del olvido total de los hechos que supuestamente se evocan, además de la evidente impertinencia.
El Bogotazo es una referencia obligada de la historia de las violencias en Colombia. Las izquierdas tienden a presentar una supuesta continuidad entre las guerrillas liberales de los tiempos que siguieron a ese acontecimiento y su propia acción, contando ese homicidio entre las afrentas que les debe la historia. Cierto sector del Partido Conservador, del cual era opositor el caudillo asesinado, insiste en la leyenda de que la presencia de Fidel Castro en Bogotá obedecía a la responsabilidad de la Conspiración Comunista Internacional en el crimen.
Gaitán fue uno de esos personajes moldeados por esa época loca de los años veintes. Pasó por la política estudiantil como universitario y estudió en Italia, para volver como gran líder y agitador, temido penalista y congresista memorable. Su paso por la Alcaldía de Bogotá terminó en estruendoso fracaso y su restante carrera política se vio afectada por la división interna de su partido y la reanudación de la violencia partidista, especialmente en las provincias. La imagen del líder revolucionario amado por las masas ha hecho de él un ícono gustador a las izquierdas. Quienes han escudriñado en su pensamiento político y económico se estrellan con un populismo nada liberal (y remotamente socialista) y con cierto dejo traído de las corrientes que dominaron a Italia en los años posteriores a su retorno a Colombia.
Escribí sobre el tema, después de pensar un rato sobre una desafortunada justificación para una bestialidad ocurrida hace un par de días en Bogotá. La excusa historicista, aun seductora para algunos, suena tanto más estridente en medio del olvido total de los hechos que supuestamente se evocan, además de la evidente impertinencia.
miércoles, abril 05, 2006
Dos de las últimas
A propósito de la situación de la Filarmónica, se habló hoy de un acuerdo parcial para explorar soluciones; ojalá salga algo bueno del asunto. El editorial de El Tiempo ha acometido el tema del chisme de Jorge Enrique Botero y ha ilustrado parcialmente las razones por las cuales no es ético lo que el tipo hizo.
lunes, abril 03, 2006
¡... y como que está embarazada!
Hace unos años vi la presentación del video de Jorge Enrique Botero sobre los soldados y policías secuestrados por las Farc; el que lo sacó de Caracol. Su postura parecía bastante mesurada, pues supo dejar claro que no se trataba para nada de una forma velada de propaganda a ese grupo; nada más contundente que la imagen de depresión y desesperanza de los cautivos, frente a la arrogancia de sus carceleros.
Esta semana se habla, sin embargo, de su última aproximación literaria al mundo mítico de las selvas del sur, allí donde pareciera ocurrir todo nuestro macabro sainete de balas y mentiras al que unos llaman conflicto armado y otros amenaza terrorista. El gancho publicitario es el supuesto embarazo de Clara Rojas, colaboradora de Ingrid Betancourt y secuestrada junto con ella hace cuatro años. El recurso del morbo y al chisme, evidente treta de mercadeo, pasa por encima de la dignidad de una persona, pues es la clase de tema que - aun cuando fuera cierta la información - obliga respeto a su individualidad, ya pisoteada hasta el delirio con la privación de su sagrada libertad. El Tiempo de hoy refuerza la versión con la alusión a una confirmación vehemente de alias Raúl Reyes, quien no es propiamente la persona más creíble y respetable de este país y queda allí como el más deplorable chismoso, además de torturador de la moral de una familia, que no merece para ellos ninguna notificación, siquiera del estado de ánimo de la secuestrada.
Esta semana se habla, sin embargo, de su última aproximación literaria al mundo mítico de las selvas del sur, allí donde pareciera ocurrir todo nuestro macabro sainete de balas y mentiras al que unos llaman conflicto armado y otros amenaza terrorista. El gancho publicitario es el supuesto embarazo de Clara Rojas, colaboradora de Ingrid Betancourt y secuestrada junto con ella hace cuatro años. El recurso del morbo y al chisme, evidente treta de mercadeo, pasa por encima de la dignidad de una persona, pues es la clase de tema que - aun cuando fuera cierta la información - obliga respeto a su individualidad, ya pisoteada hasta el delirio con la privación de su sagrada libertad. El Tiempo de hoy refuerza la versión con la alusión a una confirmación vehemente de alias Raúl Reyes, quien no es propiamente la persona más creíble y respetable de este país y queda allí como el más deplorable chismoso, además de torturador de la moral de una familia, que no merece para ellos ninguna notificación, siquiera del estado de ánimo de la secuestrada.
domingo, abril 02, 2006
La Candela
Asomé ayer a la comparsa inaugural del Festival de Teatro y recordé La Candela, mote cariñoso que la bohemia de hace algunos años dio al barrio La Candelaria. En realidad, voy seguido a la Biblioteca Luis Ángel Arango, pero cada vez permanezco menos por cuenta de la comodidad del préstamo a socios y porque mi agenda no da para más. En algún momento de mi pasado, en tiempos de rumba, aspiré a vivir allí, en algún lugarcito de esos que pagan poco impuesto y servicios baratos por ser patrimonio. Me impresionó muchísimo, por ejemplo, la belleza del conjunto residencial que ocupa la antigua sede del Seminario Mayor de Bogotá y - previo a varios años de abandono - la sede del SIC (Servicio de Inteligencia Colombiano, que luego se cambió el nombre a DAS); aunque temí que - de vivir allí- mis noches fueran turbadas por el eco de algún lamento de interrogatorio pasado.
No tardé mucho en desencantarme de un espacio urbano signado por la inseguridad y el maltrato asociado a la rumba (La Candela es un gran orinal público con andenes estrechos) y revalué mi idea del culto a lo vetusto y artesanal, entre otras porque resulta costoso adaptar lugares tan viejos a estándares modernos de habitabilidad, siquiera de sanidad. Además se cerró mi ciclo existencial de la sorpresa ante ese mundo de la pose artística y la evocación del pasado pueblerino de mi ciudad; hubo nuevas cosas que mirar en esta misma ciudad y otras para soñar en el mundo.
Ese viejo centro del olor a cerveza y a su secuela principal (en contraste con el que rodea a la Tadeo, donde las paredes tienen tufo a guaro) ya no me hace tanta falta. El Festival es la oportunidad de ver de nuevo a muchas piezas vivas de museo, de viejos artistas ligados al mundo de los teatreros, de Marielita y sus tangos (por allá sí tengo que volver), pero por mi parte hasta ahí no más.
No tardé mucho en desencantarme de un espacio urbano signado por la inseguridad y el maltrato asociado a la rumba (La Candela es un gran orinal público con andenes estrechos) y revalué mi idea del culto a lo vetusto y artesanal, entre otras porque resulta costoso adaptar lugares tan viejos a estándares modernos de habitabilidad, siquiera de sanidad. Además se cerró mi ciclo existencial de la sorpresa ante ese mundo de la pose artística y la evocación del pasado pueblerino de mi ciudad; hubo nuevas cosas que mirar en esta misma ciudad y otras para soñar en el mundo.
Ese viejo centro del olor a cerveza y a su secuela principal (en contraste con el que rodea a la Tadeo, donde las paredes tienen tufo a guaro) ya no me hace tanta falta. El Festival es la oportunidad de ver de nuevo a muchas piezas vivas de museo, de viejos artistas ligados al mundo de los teatreros, de Marielita y sus tangos (por allá sí tengo que volver), pero por mi parte hasta ahí no más.
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