jueves, marzo 30, 2006

El sueño de la moral...

Hay una vieja manía relacionada con buscar la solución a todos los males escribiendo leyes, acuerdos, decretos y similares. Algunos lo ponen como algo endémico o muy latinoamericano, no es tan exclusivo, según sé. El alma leguleya emprende batallas cuyo derrotero es plasmar en un papel una máxima, un imperativo. Los congresos académicos, especialmente los relacionados con las ciencias sociales, expiden manifiestos; los acostumbrados a las representaciones en cuerpo colegiados cargan con muletillas como: "que quede en el acta" (o que no, también); localidades urbanas y rurales viven epopeyas reivindicativas con bloqueos de vías, manifestaciones y otras expresiones, cuyo término es la firma del acta de compromiso y el balance de conformidades e insatisfacciones con lo obtenido.
Quince años atrás, para estas fechas, se vivía una orgía de propaganda institucional de respaldo al proceso de redacción de una nueva constitución para Colombia. Con una imagen de pluralidad (guerrilleros recién indultados, líderes indígenas, viejas personalidades de los partidos, técnicos de fútbol, artistas y otras especies) se escucharon en las sesiones toda suerte de posturas y propuestas de textos mágicos que resolverían los grandes problemas del país. El tema de las bondades y los desaciertos derivados del documento y sus modificaciones es extenso y escapa a mi especialidad, mas no a mis intereses, pero hoy me veo obligado a evocar un aspecto muy inquietante de la vida institucional actual de mi país.
Posiblemente antes del cambio de constitución, pero marcadamente a partir de este, en Colombia proliferan leyes acerca de la lucha contra la corrupción y las malas prácticas administrativas. Los procedimientos parten siempre de la muy probable mala fe de los agentes, se anteponen requisitos y se establecen secuencias que hacen de cualquier entidad estatal, o proceso relacionado con el Estado, una absurda carrera de Aquiles tratando de igualar la lentitud de la tortuga. El engaño sabido y la mala fe supuesta, así como la intervención de exóticas posturas judiciales acerca de temas que precisan el buen juicio del especialista y la mirada práctica del ejecutor; llevan a escenarios macabros en nombre de la moral pública.
Comencé evocando la afición por solucionarlo todo con leyes porque además reconozco que muchas tienen su justificación y su origen en males ciertos y en tradiciones conocidas acerca de los malos procederes. De hecho resiento la poca eficacia de la legislación contra fenómenos costosos e irreductibles de lo poderosos o astutos. No creo, empero, que vayamos muy lejos cuando se persiste en impedir el desarrollo de procesos vitales y necesarios, a nombre de esos referentes ideales que llamamos códigos.
Epiloguito
Todo que ver, pero por los laditos, vi hoy en caracol una nota acerca de la huelga de hambre de músicos de la Orquesta Filarmónica de Bogotá por el imperativo que se les presenta de calificarse como funcionarios de carrera administrativa y la penosa situación de los músicos extranjeros ante este panorama. La nota termina aludiendo (no he podido encontrar otra fuente todavía) a que el alcalde dijo que "la Orquesta Filarmónica es un juguete muy caro para Bogotá". Un funcionario habituado a correr colaboradores apresuradamente y sin fórmula de juicio, en tanto benévolo con aquellos que nombró para cumplir acuerdos con los liberales durante su ascenso al poder; no merece que gaste en él esos altos vocablos que nos legó el Quijote, "con los que hablan los dioses y maldicen los hombres". Solo mi desdeñosa lástima y una razón más para escribir acerca de los desatinos y los desechos. "El sueño de la razón produce monstruos"*
, el de la moral ergástulas y el de la redención del demiurgo, inanes luchos.

miércoles, marzo 29, 2006

Un recuerdo

Era 1988 y salía una tarde del colegio. Caminaba por la séptima hacia el sur y, hacia la 24, comencé a ver la comparsa de teatreros y zanqueros que anunciaban la inauguración del Primer Festival Iberoamericano de Teatro. Pensar en la trayectoria de este evento próximo a inaugurar su décima versión, me recuerda, como era de esperarse con este seudónimo y estas obsesiones, un par de escenarios que ya no son. Para esa época ya estaba vedada, o estaba en camino de serlo, la Plaza de Bolívar para las multitudes; si mal no recuerdo, después del intento de un nuevo Bogotazo durante el entierro de Jaime Pardo Leal en octubre de 1987. De allí que la masiva presencia de espectadores en la clausura, protagonizada por Els Comedians, con sus diablos descolgándose del abandonado edificio del Palacio de Justicia, resultara un tanto surrealista y memorable.
Dieciocho años, el umbral legal de la mayoría de edad. Esa modesta escena que vi una tarde, se convirtió en un proyecto con legado. Para mi caso personal, no un recuerdo de muchas funciones bajo techo, casi ninguna, pero sí de ese progresivo retorno de la ciudadanía a poder gozar de una historia en comunidad y en la comodidad singular de su espacio natural, la calle.
Éxito y larga vida a ese oportuno "show must go on" que nos asaltó a pesar de la lluvia y los llantos y el derrotismo. Ya ven, el futuro llegó y está visto que sigue estando para ser inventado.

lunes, marzo 27, 2006

Aguas, aguas


La temporada de lluvias no tiene cara de terminar. Los deslizamientos y las inundaciones, la abundancia de bichos y enfermedades respiratorias y de otras, está a la orden del día. Una famosa sentina no baja del nivel de la foto. Hace frío, la noche callejera es dura y supera el poder de las drogas 'normales' como el pegante. Todavía estamos en marzo y esto puede durar. Bueno sería tener una que otra salida para mantener alto el ánimo.

martes, marzo 21, 2006

Bogotá

Comenta el diario El Tiempo acerca del aumento de la proporción de residentes nativos entre el más reciente censo y el anterior. Hoy, un lector reclama en la página editorial por los modos y valores que - según él - caracterizan al auténtico 'cachaco'. La profusión de datos acerca del atractivo de la capital suena a publicidad, tratándose de la casa editorial que se siente dueña de la ciudad; la evocación de ese lugar común, de la r alargada (similar a la nariñense) y los dichos, resulta lánguida e intrascendente.
Yo nací en el centro, en la clínica Bogotá como muchos de mi generación. Crecí, tanto como pude, mirando la ciudad desde algunos de sus bordes. Llevé botas machita a la escuela ("concentración escolar...") durante los eternos inviernos, cuando llovía 'agua mojada'. Monté en 'bus de a peso' y participé de los racimos humanos, de los mismos que tanto evocan quienes no los vivieron y venden las bondades del transmilenio, del cual no cuelgan tales porque no tiene estribos.
Conocí luego el centro de los libreros de la 19 y de la 13 con décima, de los almacenes populares y los fotógrafos callejeros; la Luis Ángel, el Planetario y el repertorio básico del chino de primaria que se sabía los símbolos patrios y admiraba el pasado (la Quinta de Bolívar, el Museo Nacional, el del 20 de Julio, el Militar, la Catedral Primada con sus aldabones para gigantes,...). Con el tiempo he venido conociendo más esta ciudad inabarcable, pero cada vez me resulta más difícil.
Esa Bogotá 'pujante', prometedora y dinámica descrita por El Tiempo, es una Torre de Babel que crece irresponsablemente sobre una cuenca hidrográfica que no puede con ella, concentrando e irradiando población en condiciones cada vez más peligrosas. Autoconstrucción irracional en laderas inestables, en planicies inundables, en reservas forestales; la vuelta macabra sobre el círculo ya vivido décadas atrás, está vez magnificada hasta el imposible. Disfruto, eso sí, de la ciudad que al menos se pregunta - aunque está lejos de concretarlo - por la inclusión; la que ya no dice que a la guacherna se la compra con una camisa nueva y una botella de aguardiente, porque ha venido entendiendo (eso espero) que todos somos ciudadanos en formación, que nos sienta bien a nuestras autoestimas poder sentarnos en un parque o acceder a una biblioteca o simplemente convivir con muchos otros sabiendo que se nos tiene por personas.

lunes, marzo 13, 2006

El eterno retorno

Lo malo de poder avistar la repetición de ciertos eventos, en contextos distintos pero cíclicos al fin y al cabo, es que se evidencia en uno esa condición tan poco apreciada, la veteranía. Hay frases, gestos, que resultan ser como covers, como variaciones sobre un mismo tema. Hoy tuve que volver sobre un ritual, conocido de memoria, solo que visto desde una de las otras orillas. Sin embargo no me reconocí totalmente en esa liturgia, lo cual me preocupa un poco más. Cuando resulta tan fácil poderse diferenciar de una réplica del propio pasado, se siente uno hermanado con esos contra quienes quiso ser rebelde.
El vacío de la cuestión no es tan formal, no es texto ni rollo. Por momentos es como el implacable principio de incertidumbre, no una limitación en nuestra percepción sino una condición intrínseca de nuestro universo. No me sale repetir frases que no quise atender en mi momento; sé que son conclusiones que demandan praxis, vivencias; no son cosas de memorizar y recitar. Pero la tentación a comunicarse es grande, por momentos preñada de ínfulas de bondad y fatal redención.
¡Coño! ¡Qué decadente! Me miro a mí mismo desde un ángulo exótico, fantasmagórico, diacrónico. Habría un modo más interesante, pero no doy para tanto.

domingo, marzo 12, 2006

Las parlamentarias

Culmina la jornada electoral para el legislativo colombiano. Es evidente el triunfo arrasador de las corrientes cobijadas por la imagen del actual presidente. Ha resucitado el Partido Conservador, tras casi dos décadas de subsistencia vergonzante, pese a que uno de los más emblemáticos hijos pródigos - Enrique Gómez Hurtado - quedó (por fin) por fuera del Senado de la República. No se pueden extrapolar con facilidad los resultados de hoy a las presidenciales, pero todo parece indicar que la reelección será un hecho, posiblemente en una sola vuelta. La abstención para estas corporaciones suele ser más alta que para la presidencia, esta vez esto fue más notorio. No veo, lamentablemente una evolución esperanzadora de la mentalidad que llevó a los resultados de hace cuatro años. Me temo que una gran cantidad de personas, especialmente los jóvenes debutantes en la experiencia del sufragio, está dispuesta a comprar la idea de la redención por la vía de un líder infalible, preclaro y místico, de que momentos como estos precisan soslayar la reflexión para dar paso al entusiasmo adulador y a la renunciación, opción no recomendable en el amor y fatal en la política.
Un lugar común de nuestros análisis políticos de fin de semana y de nuestros buenos propósitos de las noches de cambio de año es el deseo de ver una población que vote habiendo evaluado los aspectos programáticos y no por simpatías irracionales o favores. Esa simple quimera, que comenzó por ser considerada discurso subversivo hasta volverse hipócrita bandera de muchos viejos actores de la política, disfrazados de novedad como si sus apellidos no estuvieran ya trillados; es algo harto difícil de conseguir. Las soluciones no son rápidas y el arrebato las posterga aun más. Apostar por el retorno al sectarismo, elevar irresponsablemente las expectativas de una contienda a la cual se llega en tan clara desventaja, equiparar este singular episodio a una batalla de la guerra del fin del mundo; nos puede dejar maltrechos y sin corazón y sin razón para imaginar mejores mundos. Paralelo a las pasiones políticas, la vida sigue y se supone que aspiramos a vivirla en lugares que tenemos que compartir; aun con quienes tenemos como contradictores, o especialmente con ellos. Sin negar que el país vive una nueva oleada de intervención de mafias en la vida de la gente, en las economías rurales y urbanas, en los derechos políticos elementales, lo cual dificulta jugar al uso público de la razón; es importante trabajar mucho por educar a través de la convivencia, del ejemplo, del desarrollo íntegro de la vida en sociedad. Por oscuras que sean las nubes, tenemos la obligación de vivir cada día al día y mirar hacia adelante, con inteligencia e imaginación.

sábado, marzo 11, 2006


Un rincón de Bogotá Posted by Picasa

viernes, marzo 10, 2006

Comienzo postergado

No es tan fácil como pensaba el emprender estas tareas. Tal vez sí lo es, pero mi vida ha pedido mi concurso últimamente y la blogósfera ha tenido que esperar por mi debut.
Comenzamos con un suceso harto triste; con una muerte violenta. El miércoles hubo un enfrentamiento, de esos consuetudinarios, entre encapuchados y policías antimotines en una portería de la Universidad Nacional. El aguacero y mis actividades me tuvieron marginado de las noticias que fueron generando estos hechos, excepto por el sonido de las explosiones, las cuales dejaron de ocurrir cuando los truenos comenzaron a imperar. Al salir del campus, vi los escombros, los vidrios rotos y algunos 'petos'* sin estallar; la estación del transmilenio** estaba cerrada por los destrozos y nada más, no parecía haber evidencia de algo más que una de tantas refriegas, tan detestadas por la mayoría y tan incomprendidas por todos, especialmente por sus autores.
Para la noche, los noticieros hablan de un herido grave, un estudiante de otra universidad pública recibió un proyectil en su cerebro, se presume una bala disparada por los policías. También hubo dos personas heridas por un rayo, en un espacio distante y sin conexión con los hechos. A esta hora, dos días después, el estudiante ya ha muerto y la Fiscalía divulga que el proyectil era una canica de vidrio, aligerando así el señalamiento inicial contra los primeros sospechosos.
Creé esta bitácora a partir de mi percepción de la situación política generada hace ya tres meses en la Universidad. Por una vez decidí dar importancia al problema de ciertas tradiciones, ciertos lugarcomunes que se añejan en las vidas de la gente y que perpetúan rituales cada vez más alejados de su sustancia y sus motivos. Sobre el paro de noviembre volveré o - más bien - trataré por primera vez en otro post. Hoy apremia la tragedia, por la horrorosa monotonía de la historia que vuelve sobre sí misma.
Estudiantes jóvenes se involucran en situaciones de violencia invocando la tradición, el pasado. Eventualmente invocan el futuro, pero sus verbos favoritos son defender, resistir, rescatar, recordar. Este oxímoron tiene varias explicaciones lógicas, pero no deja de ser estridente ante el sentido común. Desde el 8 de junio de 1929, cuando un estudiante nariñense, hijo de un miembro del alto gobierno y líder estudiantil de ocasión en una sonada revuelta cívica (militante, además, de una facción derechista del conservatismo colombiano), cae abaleado al intentar entrar al Palacio de Nariño (Casa Presidencial, donde además entraba con regularidad por motivos del cargo de su padre); se fue tejiendo en colombia una cada vez más absurda tradición de mártires estudiantiles, para sumarla a las de otro tipo de muertos (líderes campesinos, sindicales, políticos y hasta deportistas). En el caso estudiantil, veinticinco años después (8 de junio de 1954) vendría la muerte de Uriel Gutiérrez, en medio de manifestaciones contra el gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla, seguida de una matanza el día siguiente, luego del entierro. Para los años sesentas, cuando las refriegas entre estudiantes y policía o ejército comenzaron a ser acompañadas con consignas de inspiración revolucionaria, con apología del levantamiento armado para derrocar al sistema corrupto y facilitar el advenimento del socialismo; esos ancestros, esos líderes de ultratumba, se conviertieron en símbolos infaltables de la evocación al heroísmo, al compromiso supremo con ese atinado borrón y cuenta nueva que los jóvenes habían decidido darle al país. El día del estudiante caído, fecha instituida por el gobierno (todos los 8 de junio) sirvió como escenario para arengas políticas y eventuales enfrentamientos violentos.
El breve paso del sacerdote Camilo Torres Restrepo por la política de las izquierdas y su más corta incursión en la vida de las armas, añadieron a muchos de los espacios militantes la obligatoriedad de la consigna antielectoral, en pleno Frente Nacional. También vino un masivo sacrificio de estudiantes, bien como producto de la represión a sus escenarios visibles y legales de organización (la Federación Universitaria Nacional fue ilegalizada y hubo persecución de sus líderes, además de militarización de las universidades), bien como resultado de la fallida incursión en la lucha armada, pues muchos perdieron la vida por falta de destreza para esas artes o cayeron fusilados por cuenta del sectarismo rampante en los ejércitos alzados en armas.
Para los años setentas se consolida la idea generalizada de asociar a la Universidad Nacional de Colombia - y las otras públicas, además de ciertos colegios nacionales de bachillerato y los llamados INEM y algunas privadas - con las pedreas y con las militancias de izquierdas. Las huelgas estudiantiles y los cierres de la Universidad se volvieron más frecuentes, así como los experimentos para contener estos fenómenos (represión militar, expulsiones masivas y sumarias, cierre de facultades problema). Vino entonces una nueva generación de mártires, casi todos caídos en años electorales (1974, 1976, 1978, 1980), además de la proliferación de proyectos armados pequeños con cierta participación estudiantil. En todo este tiempo, comenzó a afincarse también la pérdida de protagonismo de la Universidad como institución y su progresiva degradación en aspectos a los que no se dio importancia de manera oportuna. La inestabilidad política y los frecuentes trastornos en su normalidad, sirvieron de excusa para promover el fortalecimiento de la universidad privada en Colombia, hasta convertirla en el principal proveedor de matrícula en el sistema. Los años ochentas trajeron más violencias, en parte por la idea de ciertas expresiones políticas acerca de una especie de territorio de combate armado, en el cual pretendían tenía que convertirse el campus; en parte por la reacción del Estado y otros sectores que entonces emprendieron grandes campañas homicidas inspiradas en consignas contrainsurgentes o de venganza. Paralelamente, las mafias de la venta de droga fueron consolidando su nicho en un espacio de cierto modo vedado para la presencia formal de policía uniformada, lo cual complicó más el escenario. [Aquí, una pausa en el recuento cronológico, otro día sigo]
Para muchos es recurrente la idea de un anquilosamiento vivido por el espacio universitario, por cuenta de sus insistencia en volver sobre actos como estos, vistos como una tradición. La perspectiva de un compromiso con la edificación de un orden social diferente se fue trastocando por su misma naturaleza y por el desencuentro constante con una sociedad cambiante. Hace tiempo que el inconformismo estudiantil hecho manifestación o pinta en una pared perdió el aspecto de cuestionamiento y proposición. Llama al pasado o pide perseguir objetivos cuya pertinencia se vio desde referentes que ya no son tan válidos. La conmoción que pudo vivir el país que lee prensa o ve noticieros, por la muerte violenta de un estudiante unos años atrás, no volverá a ser la misma. Sin embargo persiste la tentación de la aventura, de sentirse convocado por la gloria de la batalla, por hermanarse con un supuesto legado. Por eso los mismos incidentes, que hacen que una generación se desencante de estas prácticas, se repiten en la siguiente y los toman los presentes como algo novedoso y que nadie podía haber anticipado. También porque vivimos experiencias inconexas en el tiempo. No pensamos seriamente en legar nuestros propósitos y nuestras conclusiones, además del reconocimiento de los errores. Vivimos una época con demasiadas justificaciones para el pesimismo, pero tenemos para navegarla herramientas jamás soñadas por quienes nos precedieron. Una elemental, podemos conocer el futuro; no el nuestro, sino el de los que pasaron antes; ya sabemos que sigue en el siguiente capítulo y hacer la tarea nos permite elegir si repetirlo o escribir uno distinto.
* Petos: Bombas caseras de contacto.
** Transmilenio: Sistema de transporte masivo con buses articulados de la ciudad de Bogotá.